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Regístrate y accede a la revistaLa investigadora senior del Centro de Estudios Públicos (CEP), Sylvia Eyzaguirre, y miembro del Consejo Nacional de Educación advierte que los desafíos más urgentes del sistema educativo chileno no pasan solo por el financiamiento, sino por la capacidad de responder a las nuevas realidades que hoy enfrentan las escuelas: inclusión, pérdida de autoridad docente y deserción de buenos profesores.
“Este año salieron 22 mil docentes del sistema, y muchos de ellos eran de alto desempeño. Eso muestra que tenemos un problema estructural: estamos agotando a quienes más necesitamos”, señala Sylvia Eyzaguirre, investigadora senior del Centro de Estudios Públicos (CEP).
Con una mirada crítica, plantea que los esfuerzos presupuestarios no están alineados con las verdaderas necesidades del sistema. “Seguimos destinando grandes recursos a la educación superior, mientras desatendemos la educación parvularia y básica, donde se juega el futuro de los aprendizajes. Si no logramos que todos los niños aprendan a leer en segundo básico, todo lo demás se vuelve cuesta arriba”, enfatiza.
-¿Qué observas en el presupuesto educativo actual?
-Se ven prioridades invertidas. El foco está puesto en la gratuidad en educación superior, cuando el esfuerzo debiera concentrarse en los primeros años de vida. Es en la primera infancia donde se produce el mayor impacto, sobre todo en los niños más vulnerables. Hoy, después de la pandemia, la matrícula parvularia cayó considerablemente, y no por falta de nacimientos, sino porque muchas familias dejaron de ver el jardín como un espacio de aprendizaje. Eso es gravísimo. Deberíamos estar haciendo campañas nacionales para promover la educación inicial y reforzar su sentido pedagógico.
-En educación escolar también hay brechas. ¿Cómo ha influido la inclusión en ese escenario?
-La inclusión fue un paso muy importante, pero se implementó sin las condiciones necesarias. Hoy, dentro de una misma sala, hay niños con y sin necesidades educativas especiales, y los docentes no siempre cuentan con la formación ni los recursos para atender esa diversidad. El Programa de Integración Escolar (PIE) quedó desactualizado: fue pensado para otra época y para una cantidad mucho menor de estudiantes con requerimientos específicos. Necesitamos reformularlo con urgencia, fortalecerlo económicamente y modernizar sus criterios de atención.
Tenemos una altísima rotación docente y eso perjudica directamente las trayectorias de aprendizaje. Reformar el PIE y empoderar a los profesores es urgente para que todos los niños puedan aprender”.
Además, la inclusión no solo es un tema de equidad, sino también de aprendizaje. Cuando el profesor no puede atender a todos, los alumnos que no tienen necesidades especiales también aprenden menos, y los que sí las tienen no reciben el apoyo que necesitan. Esa tensión dentro del aula está generando frustración, sobrecarga y, finalmente, abandono docente.
-Este año se retiraron 22 mil profesores del sistema. ¿Qué explica esa cifra tan alta?
-Hay múltiples causas. La primera es la sobrecarga administrativa. Los docentes sienten que pasan más tiempo llenando formularios que enseñando. La segunda es la falta de respaldo institucional: la pérdida de autoridad dentro del aula, los conflictos con apoderados y la sensación de estar constantemente bajo sospecha. A eso se suma la precarización emocional y la falta de reconocimiento al mérito.
Todo eso erosiona la motivación. Muchos docentes aman enseñar, pero no soportan el entorno en que lo hacen. Por eso, los que se van no son necesariamente los de bajo desempeño; muchas veces son los más comprometidos, los que daban más de sí. Si seguimos perdiendo a esos profesores, el impacto en los aprendizajes será devastador.
-¿Qué debería hacerse para atraer y retener a los buenos profesores?
-Bajar los puntajes de corte puede resolver un problema numérico, pero agrava el de calidad. Los países que admiramos, como Finlandia o Singapur, seleccionan a sus docentes entre los mejores egresados. En cambio, en Chile la docencia compite con carreras universitarias masificadas que ofrecen mejores ingresos y menos exigencias. Necesitamos que la pedagogía vuelva a ser una profesión de prestigio intelectual y social.
También hay que mejorar su desarrollo profesional. La carrera docente partió con buenas intenciones, pero terminó siendo un sistema rígido, con pocas oportunidades de crecimiento y sin incentivos reales al mérito. Si queremos retener a los mejores, debemos ofrecerles trayectorias más flexibles, posibilidades de liderazgo pedagógico y remuneraciones competitivas. Y, por supuesto, mejores condiciones laborales. Nadie puede enseñar bien si trabaja agobiado, sin apoyo o con 35 estudiantes por sala.
-Has mencionado la pérdida de autoridad. ¿Cómo se puede recuperar ese respeto en el aula?
-La autoridad pedagógica se ha debilitado por muchos motivos: cambios culturales, nuevos modelos familiares, redes sociales. Pero también por falta de respaldo institucional. Hoy, cuando un director o un profesor toma una decisión disciplinaria, se expone a sanciones de la Superintendencia o incluso a demandas. Eso genera parálisis.
Me inquieta que la discusión pública se centre en lo administrativo y no en el aprendizaje. Si no cambiamos esa mirada, seguiremos discutiendo sobre leyes y presupuestos, mientras los resultados académicos continúan estancados”.
Necesitamos empoderar a los directores y docentes para que puedan recuperar el orden y el respeto dentro de la escuela. No todo requiere una nueva ley; muchas veces basta con confiar en el criterio profesional de quienes están en el aula. La convivencia escolar es un pilar de los aprendizajes, y sin un ambiente seguro y respetuoso, enseñar se vuelve imposible.
-¿Qué papel juega la inclusión en la retención de los docentes?
-Es central. Cuando los profesores no cuentan con las herramientas para atender la diversidad, se sienten frustrados. Y esa frustración acumulada termina en renuncias. La inclusión no puede quedarse solo en el discurso; debe ser una política de apoyo integral, con equipos interdisciplinarios, formación continua y acompañamiento en terreno. Si queremos que los niños con necesidades especiales aprendan, y que los demás no se rezaguen, tenemos que invertir en el PIE y modernizarlo de manera urgente.
-¿Qué otros desafíos te preocupan a futuro?
-La asistencia escolar. Puede sonar obvio, pero si los niños no van al colegio, no aprenden. Hoy seguimos con niveles de ausentismo preocupantes. Falta una campaña nacional que devuelva a las familias la convicción de que asistir a clases todos los días marca la diferencia. También me preocupa la falta de foco en la primera infancia, porque las brechas cognitivas y socioemocionales aparecen antes de los cuatro años. Y una vez instaladas, cuesta muchísimo revertirlas.
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