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Regístrate y accede a la revistaEducar siempre ha sido un arte exigente, pero hoy es aún más desafiante. En medio de un mundo marcado por el cambio climático, la cultura del descarte, el consumismo desmedido, la fascinación por las tecnologías y una creciente desconexión emocional y espiritual, la educación se convierte en un acto profundamente contracultural. Un acto que, más que nunca, necesita valentía, claridad y propósito.
Un buen docente y un buen padre saben que educar no es solo transmitir saberes, sino formar conciencias lúcidas, mentes críticas, corazones inquietos y comprometidos, y manos generosas dispuestas a servir al prójimo y a cuidar del medio ambiente. En el contexto moderno que nos interpela, educar es preparar a los, adolescentes y jóvenes para vivir con sentido, discernir con libertad y actuar con compasión, dispuestos a enfrentar los desafíos globales con una ética del cuidado y una mirada trascendente.
Un caso
En un colegio TP, un grupo de docentes liderado por la profesora jefe de ciencias naturales decidió integrar el cuidado del medio ambiente a las prácticas cotidianas del establecimiento. Comenzaron instalando puntos limpios en cada sala y motivaron a los estudiantes a investigar el impacto ambiental que los residuos generaban en una semana. La iniciativa se extendió a un invernadero escolar autosustentable, cuidado por los mismos alumnos, que además ofrecía alimentos frescos para la comunidad. La docente acompañó el proceso con actividades formativas, charlas con los apoderados, salidas pedagógicas y la inclusión del tema en proyectos interdisciplinarios. Así, logró que sus estudiantes no solo adquirieran conocimientos, sino también una conciencia ecológica profunda.
El desafío de educar para el cuidado del ambiente
El caso anterior muestra cómo una docente, liderando con sentido y convicción, pudo transformar a una comunidad educativa entera. Así, educar para el cuidado del ambiente es un compromiso profundo y transformador que requiere formar una nueva sensibilidad, una distinta manera de mirar, de sentir y de actuar en el mundo.
Una educación ecológica integral busca articular el saber, el hacer, el ser y también el descartar: aprender a decir no a lo que destruye, a lo innecesario, a lo que rompe la armonía de la vida. Educar en esta línea es también formar corazones contemplativos y comprometidos, capaces de emocionarse con la belleza de una flor, de una lluvia o de una comunidad que cuida. Corazones que reconozcan que la Tierra no nos pertenece, sino que nos ha sido confiada, y de lo que hagamos hoy depende el bienestar de quienes vendrán mañana.
Como dice Vandana Shiva, activista india y doctora en Física: “Cuidar la Tierra no es solo una cuestión de responsabilidad, es una forma de gratitud”. Y esta gratitud se cultiva desde la infancia, a través de una educación que enseñe a cuidar con ternura, con humildad y con alegría.
Educar es también formar hábitos sostenibles
Los hábitos forman el carácter. Y cuando esos hábitos se orientan hacia el respeto por la vida, la solidaridad y la responsabilidad, estamos educando personas capaces de construir un futuro mejor. Formar hábitos sostenibles implica enseñar desde el ejemplo. Como decía santa Teresa de Calcuta: “No te preocupes si tus hijos no te escuchan, te observan todo el día”. Desde separar residuos hasta cuidar los espacios comunes, desde usar lo necesario hasta apagar las luces, cada gesto cotidiano es una lección poderosa.
La escuela y la familia son los primeros ecosistemas donde se cultivan estos hábitos. Por eso, educar implica crear ambientes donde el cuidado sea un valor visible y compartido, donde la sostenibilidad no sea solo una palabra, sino una manera de vivir. Se trata de pasar de una pedagogía del discurso a una pedagogía del testimonio.
Educar en hábitos sostenibles es sembrar una cultura que elige lo esencial, lo justo y lo bello, sobre lo efímero, lo superfluo y lo destructivo. Y como dijo William Butler Yeats: “Educar no es llenar un recipiente, sino encender una llama”. Una llama que puede iluminar el presente y proteger el futuro.
Educar para saber cuidar: una responsabilidad trascendente
Con una mirada cristiana, educar para cuidar no es una opción, sino una vocación y una misión. No somos dueños de la creación, sino sus custodios. Y eso exige una profunda actitud de servicio, de respeto y de comunión con todo lo creado.
La espiritualidad cristiana ofrece una perspectiva única para afrontar la crisis ambiental: no desde el miedo o la culpa, sino desde la esperanza activa, la conversión personal y el amor concreto al prójimo y al planeta. El cuidado de la casa común no es algo periférico a la fe: es una expresión concreta de esa fe vivida, celebrada y compartida.
El fallecido Papa Francisco nos recordaba que “el entorno humano y el entorno natural se degradan juntos” (Laudato si’, 48). Por eso, una educación cristiana auténtica debe integrar el cuidado de la naturaleza con el cuidado del otro, especialmente de los más vulnerables. Una ecología sin solidaridad es incompleta; una fe sin compromiso con la vida, también.
Tips para padres: educar con conciencia ecológica desde el hogar |
1. Reducir el consumo innecesario, enseñar a reciclar y a reutilizar. 2. Promover la gratitud y el cuidado de lo que se usa para formar hábitos responsables. 3. Incentivar el contacto con la naturaleza, obra creadora de Dios. 4. Desconectar para reconectar: menos pantallas y más tiempo en familia. 5. Convertir cada día en una oportunidad para educar en las cosas simples de la vida. 6. Hablar del vínculo entre fe y cuidado del planeta para fomentar una conciencia sostenible. |
Tips para docentes: educar en la escuela desde la ecopedagogía |
1. Integrar el cuidado ambiental en todas las áreas como oportunidad formativa. 2. Fomentar proyectos escolares sostenibles al aire libre. 3. Promover el pensamiento crítico y ético generando buenos hábitos de consumo y mejores estilos de vida. 4. Desarrollar la espiritualidad ecológica incorporando momentos de contemplación, silencio y agradecimiento. 5. Enseñar con coherencia a cuidar los recursos del aula y evitar el desperdicio y la suciedad. 6. Inspirar, con pasión y ejemplo, a cuidar el planeta y a todos quienes nos rodean. |
BIBLIOGRAFÍA
1. Encíclica Laudato si’, Sobre el cuidado de la casa común. Papa Francisco.
2. Educar en el asombro, Catherine L’Ecuyer.
3. La quinta disciplina, Peter Senge.
4. Quién alimenta realmente al mundo, Vandana Shiva.
5. Manual del guerrero de la luz, Paulo Coelho.
6. Ven, sé mi luz, Teresa de Calcuta.
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