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May 2024 - Edición 282

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Paolo Bortolameolli, pianista y director de orquesta: Embajador de la belleza universal

Chileno, de ascendencia italiana, Paolo Bortolameolli estudió piano y dirección de orquesta en Chile y luego en Estados Unidos. En 2013 debutó con la Orquesta Filarmónica de Santiago, y fue premiado por el Círculo de Críticos de Arte de Chile. Fue también el primer chileno en dirigir la Filarmónica de Los Ángeles en Estados Unidos.

Paolo Bortolameolli, pianista y director de orquesta: Embajador de la belleza universal

Desde el año 2022 es el director de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil y fue recientemente premiado por el Círculo de Críticos de Arte de Chile, por las entregas de las sinfonías n°8 y n°9 de Gustav Mahler realizadas el 2023. Con una destacada carrera, aquí cuenta sobre sus inicios. 

Estudió en la Scuola Italiana de Santiago hasta tercero medio, y finalizó su formación en el Atletic Study Center, un colegio para deportistas de alto rendimiento y también para alumnos artistas.

-¿Cómo fue la etapa escolar? 

-De la Scuola tengo los mejores recuerdos, hasta el día de hoy mis mejores amigos son los del colegio. Tengo recuerdos bonitos de todos los profesores en general, a lo mejor algunos más que otros; el profesor de Historia, Renato Traslaviña, me gustaba su forma dinámica de hacer clases, nos mantenía curiosos. 

“Para mí es simplemente un privilegio poder hacer lo que hago, es lo que permite conectarme con la sensibilidad humana, y eso no tiene nada que ver con las nacionalidades”. 

Estando en el colegio, a veces uno era medio disperso, un poco desconcentrado, lo cual hace la tarea del profesor aún más compleja, pues debe mantener atentos a estos preadolescentes y adolescentes.

-¿Y cuándo comienza el interés por la música?

-A mí la música siempre me gustó, no tengo ningún recuerdo no musical, desde muy pequeño mis recuerdos están vinculados con ella. Mi abuelo materno fue al Conservatorio y estudió piano y composición, después se fue por el lado de las leyes y es abogado, pero el piano siempre fue algo muy importante en su vida, tocaba y yo lo escuchaba. 

Mi papá también es súper melómano, me llevaba desde muy pequeño a la ópera, al ballet, a conciertos, recitales, a todo. Yo siempre cuento que el Teatro Municipal es como un rincón mío muy especial, porque prácticamente era mi segunda casa, yo pasaba metido allí. 

¿Y cuándo me decidí a estudiar música? Eso pasó muy pequeño, a los siete años, después de haber ido a un concierto al que mi papá me llevó, me emocioné mucho y el director de orquesta me abrazó y me dijo que por esto hacíamos lo que hacíamos. Desde ese momento fue: “Esto es, quiero hacer música”. 

-¿Desde entonces decides dedicarte por completo a la música?

-Al otro día de ese concierto empecé a practicar piano de forma particular. Después entré a estudiar a la UC, pero siempre muy claro de que quería ser director de orquesta, nunca lo dudé. Luego empecé a estudiar con David del Pino, que me enseñaba en Chile y en Argentina, tras lo cual quise irme a Estados Unidos, porque me iba a dar una plataforma de práctica más útil, que era tener orquestas donde hacer repertorios. 

-¿Cómo fue la etapa en la universidad?

-Fue súper abocada al estudio del piano. En la UC estudié primero con la profesora Frida Conn. Estuve en Campus Oriente, que es un lugar soñado para estudiar música porque es alejado del ruido, como era un convento. Sigue siendo así, de grandes pasillos, jardines, y las salas para estudiar música están en un contexto ideal. 

Fue un período de muchísimo estudio. Nos peleábamos las salas para practicar, había una convivencia y competencia muy sanas, que nos hizo crecer a todos. Agradezco muchísimo esa intensidad académica, era de estar horas practicando y mejorando también, por el impulso de tus pares. Después estuve brevemente en la Universidad de Chile, y volví a estudiar con mi maestro original, David del Pino, y regresé a la dirección para prepararme para Estados Unidos. 

Y luego me fui a la Universidad de Yale, para mí fue un sueño estudiar ahí. Ser parte de una universidad más que de un Conservatorio te enriquece mucho la perspectiva global, ahí convivíamos con otras asignaturas; yo podía meterme a una clase de leyes o de computación, de lo que fuera, porque eres parte de la universidad. Sabes que estás rodeado de gente muy talentosa, capaz e inteligente; fueron dos años de enriquecimiento intelectual que solo alimentaron el crecimiento desde una visión integral. 

-¿Cómo incentivar a los jóvenes a seguir su vocación? 

-Tengo varios puntos de vista. Es importante seguir la vocación, es algo que va a definir tu vida y te va a realizar. Mirando hacia atrás, esa decisión, por difícil que haya sido, es la que tenías que seguir, porque al final de cuentas, uno quiere dedicar su vida a eso que te resulta inevitable. 

Pero, por otra parte, tiene un gran grado de responsabilidad decirlo porque, evidentemente, es una decisión compleja de tomar, dedicarse al arte es difícil, y eso no es solamente acá en Chile, sino en todas partes del mundo. Uno sabe que se está metiendo en un área que no necesariamente va a ser la con más oportunidades, o exenta de competencia, o de frustraciones.

Al mismo tiempo, creo que el mundo laboral en general está así; todo trabajo conlleva una capacidad de adaptación a una realidad muy competitiva, veloz y demandante. 

Lo que sí creo es que las personas que sigan su vocación deben hacer una lectura introspectiva bien profunda, es decir, realmente ¿esto es lo que quieres? Para dedicarse a la música, pienso que esa es una certeza que uno necesita, no de que todo vaya a funcionar, pero sí de decir, “es que no puedo evitarlo, esto es lo que yo soy y este es el camino que voy a seguir”. Eso es lo que yo sentí, así que, de aquí para adelante, con todo. 

-Sobre la música clásica, ¿por qué hoy sigue vigente? ¿Por qué escucharla?

-Creo que la música es atemporal, por su mensaje intrínsicamente musical, por la forma como está construida, por su contraste, por sus emociones, por la variedad de colores, de historias que cuenta.

Y en ese sentido, la música clásica es extraordinariamente variada y rica. Por ello, dudo que pueda pertenecer solo a una época; pertenece a la humanidad y a cómo nosotros la entendemos desde las emociones y la presencia. Hago mucho hincapié en eso, pues yo creo que la música clásica, al contrario de lo que mucha gente piensa, necesita de tu presencia, es un rito colectivo. El ver a una orquesta en el escenario es extraordinariamente poderoso, sobre todo si estás sumergido en una audiencia de 1.500 personas, y tú eres parte de ese rito. 

La música clásica, donde mejor se vive es mientras se hace. Eso trasciende cualquier otra cosa, no tiene que ver con que se escribió hace 200 años o si el compositor está vivo; tiene que ver con que estamos ahí, siendo parte de un proceso colectivo de arte escénico. 

-Por último, ¿cómo ha sido la experiencia de llevar música a distintos rincones del mundo?

-Veo como un regalo el llevar la música, pues los artistas somos embajadores permanentes de la belleza universal, por decirlo de alguna forma. Es tan curioso a veces estar en un concierto de un austríaco que se murió hace 200 años, y uno se pregunta qué tiene que ver él con un chileno, y al revés lo mismo si llevas tu música a otro lugar. Recién estuve en un estreno de una obra de mi amigo compositor Miguel Farías, en Hong Kong, que se llama Cóndor, y justamente esa era la gracia, hablar de la visión musical de un ave altiplánica en un concierto en Hong Kong. 

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