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May 2024 - Edición 282

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Vales lo que valen tus virtudes

“El bien es lento porque va cuesta arriba, el mal es rápido porque va cuesta abajo”, decía Alejandro Dumas, por eso, el deseo de ser buenos implica el trabajo por ser virtuosos teniendo en cuenta que las virtudes nacen, crecen, se desarrollan y se fortalecen a partir de las debilidades personales. En esta columna, Luis Tesolat reflexiona acerca de la importancia de trabajar la fortaleza y el orden en la sala de clases.

Vales lo que valen tus virtudes

Así, las virtudes son puentes que unen ese querer ser mejores con los medios para alcanzarlo otorgando más valor a una persona, ya que le permiten conocerse y superarse, trabajarse, entender hacia dónde va el camino del bien y estar dispuesto a recorrerlo, comenzando y recomenzando con alegría las veces que sea necesario.

Cuando en muchas instituciones educativas se habla de valores –honestidad, respeto, obediencia, responsabilidad, esfuerzo, por ejemplo– que fundamentan el ideario institucional, se debe tener en cuenta que estos solo pueden adquirirse a través de las virtudes. La enseñanza de las mismas no es tarea exclusiva del área de convivencias o del equipo de pastoral, o de algunos docentes más o menos comprometidos con la institución, sino que es tarea de todos, desde el director al portero: los estudiantes observan todo, tanto lo que dice como lo que no se dice y de esto último –que es el ejemplo– aprenden más.

Todo aquel que educa debe entender, sin desanimarse, que mostrar el final del camino implica enseñar el modo de recorrerlo: la cima es encantadora, pero lo que la hace distinta, tan personal y única, es el sacrificio que se hizo para alcanzarla. Hay toda una cultura a la que le encanta hablar de éxito, pero omite referirse cómo llegar a él. Por eso, quiero tratar en especial dos virtudes esenciales a la hora de educar a niños, adolescentes y jóvenes: la fortaleza y el orden. 

En la sala de clases: la fortaleza y el orden

La fortaleza es la virtud angular, ya que todas las demás la requieren y no se puede perseverar en nada sin ella. Por eso, es aliada inseparable en el camino de la vida. Nos ayuda de seis maneras posibles: previene situaciones que pueden ponernos en peligro, rechaza aquello que puede hacernos mal o apartarnos del buen camino, supera los obstáculos que se presentan a diario, resiste lo adverso, acomete lo arduo con todas las fuerzas de nuestra mente y corazón, y levanta de las caídas o las derrotas personales porque la transforma en ocasión de grandeza. 

Las personas fuertes –fuerza como virtud– están preparadas para un mayor esfuerzo –areté, como le decían los griegos–, es decir, poseen una aptitud excepcional para lograr lo que se propusieron y están en condiciones de ejercer un liderazgo asertivo. Por el trabajo en las cosas pequeñas, el fuerte es capaz de lo grande.

Sabiendo que a mayor debilidad mayor fortaleza para superarla –el mismo camino que hace subir es el que hace bajar–, esta virtud requiere de una organización estratégica de la vida personal, familiar y profesional para acudir con todas las fuerzas a los objetivos o metas pautados previamente. Se trata de trabajar en lo que se quiere para no tener que lamentarse de aquello que no se quiere –“hacía siempre lo que quería y terminaba haciendo lo que no quería”, decía San Agustín. 

Los que luchan siempre son imprescindibles porque se superan y hacen superar a otros transformando todo en oportunidad, en grandeza. Es clave educar a los hijos y a los alumnos en la fortaleza para que aprendan a gestionar sus propias vidas siendo protagonistas, superando el complejo de víctima o la facilidad de la queja, que termina poniendo la responsabilidad de todo en otras personas y sucesos.  

Por eso, otra virtud que debe brillar en la educación y es una gran aliada de la fortaleza es el orden. Inspirados en Tomás de Aquino, podemos reconocerla como la recta disposición de las cosas según su fin. El ser humano tiene tendencia al desorden, de modo que, para que toda acción sea buena antes debe ser ordenada, es decir, estar encaminada a su fin natural y sobrenatural. Por eso, gracias al orden logramos eficacia, ya que nos ayuda a evitar ser precipitados, improvisados o ansiosos, y nos permite pararnos en el medio de dos extremos peligrosos: el desorden, que deja de lado lo importante y todo lo transforma en superfluo, y el falso orden que, por lograr algunos resultados, olvida la caridad con Dios, con el prójimo y con uno mismo. El orden jerarquiza y da sentido a todas las acciones de nuestra vida y, a partir de esto, la fortaleza puede comenzar su labor.

Gracias al orden podemos organizar nuestros objetivos de corto, mediano y largo alcance, lo que nos permitirá, a la vez, acomodar las ideas y los afectos. Las ideas, porque muchas veces priorizamos pensamientos que hacen perder el tiempo o logran evadirnos del deber diario. Los afectos, para saber rectificar la intención cuando buscamos figurar o quedar bien, hacer las cosas con una actitud que raya el egoísmo y la soberbia, o buscar satisfacer placeres que son desordenados y alejan de los verdaderos afectos. El orden de nuestras acciones es clave
–Covey nos recuerda ese “primero lo primero”– para poner nuestra mente y corazón en el hoy y ahora que somete el libertinaje a la libertad, la pereza al esfuerzo, el desánimo por la pérdida de tiempo al ánimo por aprovechado y permite entender el para qué de nuestras vidas. Por eso, de ideas claras y ordenadas se siguen afectos claros y ordenados, y de un amor ordenado sigue la eficacia ilimitada.  

Una auténtica educación integral requiere de valores elevados sin olvidar dos cosas: que las virtudes son el camino, el medio o instrumento para lograrlos, y que se necesitan educadores virtuosos y comprometidos para enseñarlo a los estudiantes. 

Una sana cultura del esfuerzo requiere de personas que aprendan a trabajarse a sí mismas para alcanzar, desde las debilidades, todos los logros que se hayan propuesto. La educación integral es la educación de las virtudes porque es a través de estas como cada persona se compromete –con cuerpo y alma, con mente y corazón– a trabajarse a sí misma. Así como cada persona vale por lo que valen sus virtudes, cada colegio vale por el trabajo que realiza a diario para que sus alumnos adquieran virtudes.

Algunos tips para educar la virtud de la FORTALEZA

  • Enseñar a trabajar los obstáculos, jamás quitarlos o negarlos.
  • Todos los ideales altos se deben llevar a acciones concretas.
  • Las tareas que se empiezan deben terminarse.
  • Transformar las quejas en acciones y los obstáculos y caídas en oportunidades.
  • Alejarse de todo aquello que hace mal.
  • Aprender a decir que “no”.
  • Asumir las responsabilidades para adquirir protagonismo.

Algunos tips para educar la virtud del ORDEN

  • Jerarquizar lo que queremos hacer en el día, semana, mes y año.
  • Hacer un horario que esté siempre actualizado y respetarlo.
  • Además del trabajo, establecer los tiempos de familia, de descanso y de piedad.
  • Mantener las cosas de uso personal ordenadas. 
  • Cumplir mis obligaciones con puntualidad sabiendo que la caridad está primero.
  • Los mejores momentos del día son para las cosas importantes.
  • La puntualidad comienza a la hora que fijamos para levantarnos y termina con la hora que fijamos para acostarnos.

Qué leer para trabajar esas virtudes 

  • Hábitos atómicos, James Clear
  • El poder de los hábitos, Charles Duhigg
  • Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, Stephen Covey
  • Mejor que nunca, Gretchen Rubin
  • Virtudes. Experiencias humanas y cristianas, Juan Luis Lorda Iñarra
  • Las virtudes fundamentales, Josef Pieper

Sobre el autor

Coach educativo y ontológico, director del colegio Familia de Dios, en Rosario (Santa Fe, Argentina). Especialista en coaching para educadores, posee también un Posgrado en Filosofía y es licenciado en Historia. 

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