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May 2024 - Edición 282

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Educar personas poderosas o peligrosas

“Solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”, decía Aristóteles. En esta columna, Luis Tesolat hace una invitación para que todos los educadores reflexionen acerca de si están educando personas para vivir bien o para pasarla bien.

Por: Luis Tesolat
Educar personas poderosas o peligrosas

El primer concepto para reflexionar es a lo que llamo “educar profundo” porque trata de que las personas logren adquirir hábitos adecuados que les permitan elegir el bien y evitar el mal, hacer lo correcto corrigiendo aquello que la aleja del bien. En la película Cartas desde Iwo Jima, el barón Nishi se sorprende al leer en una carta de un soldado americano muerto unas palabras de su madre que le decían “haz siempre lo correcto, hijo, porque es lo correcto”. Somos seres perfectibles que necesitan comenzar y recomenzar, con espíritu alegre y deportivo, todos los días. 

Educar para pasarla bien es educar superficialmente, es decir, dejar de lado todo esfuerzo, ir a lo inmediato para zafar o quedar bien a costa de lo que sea, sin importar la moralidad porque da lo mismo todo. Decía Epicuro que “el hombre que no sea virtuoso no puede ser feliz”, por eso, una educación, que se acomoda a lo que venga y como venga, forja niños y adolescentes egoístas que solo ven en los demás peldaños para subirse a sus propios beneficios, con un corazón que es más demandante que generoso.

Educar las virtudes 

Para educar profundo propongo a todos los educadores revalorizar y redescubrir las virtudes humanas. ¿Qué son las virtudes? Yo las entiendo como hábitos operativos buenos, que se trabajan con alegría, y posibilitan el conocimiento personal y la conquista de uno mismo. Digo con alegría porque nada más alejado de las virtudes que las quejas, la tristeza o el mal humor. Decía Platón que “la primera y mejor victoria es conquistarse a sí mismo”, por ello, si la educación ayuda a esto vale la pena, de lo contrario solo es un perder tiempo, que roba ilusiones y destruye esencias. Valemos lo que valen nuestras virtudes, por eso el hombre tiene que saber lo que es para querer serlo, como decía Hesíodo, y así tendremos hijos y alumnos mejor preparados para la vida.  

Las virtudes nacen, crecen y se desarrollan a partir de las carencias y defectos. Por eso, los virtuosos saben anticiparse y están preparados para la vida y, quienes no, están condenados a un mal vivir y a ser dependientes y hasta esclavos de otros. 

La madurez humana está relacionada con la capacidad de adquirir hábitos buenos y esto se nota en estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas, en aprender a juzgarse a sí mismo, a las personas y a los acontecimientos con rectitud de intención, en adaptarse a la vida en medio de las incertidumbres.

Los educadores no deben quitar los problemas, los obstáculos y los sufrimientos a sus educandos porque esa es la materia prima de su perfección. 

Hoy más que nunca, los educadores deben trabajar las virtudes que hacen al esfuerzo diario por ser mejores en el cumplimiento de las obligaciones -orden, responsabilidad, fortaleza, obediencia-, a la manera de relacionarnos con los demás -sinceridad, lealtad, generosidad, justicia, confianza, solidaridad, amor, amistad-, a la forma como se afronta la vida y sus circunstancias -optimismo, alegría, audacia-, y al logro del sentido trascendente de la vida -fe, templanza, humildad, piedad-, por mencionar algunas. 

Las virtudes son hábitos poderosos de transformación personal que hacen ilimitados a seres limitados. Si alguien es desordenado y adquiere el hábito del orden, aprende a ordenarse y descubre sus capacidades personales, lo que hará que se motive para lograr otras virtudes que aún no posee y se supere a sí mismo y le encuentre sentido a la vida. Quien se hace sincero aprende, no sólo el valor de decir la verdad, sino que su vida se transforma en íntegra y auténtica. 

Un docente que exige buen trato y amabilidad a sus alumnos está reforzando, no solo el hábito del respeto, sino también los de la caridad y del amor al prójimo. Por eso, los virtuosos son poderosos y los no virtuosos desconocen su ser, limitan su hacer y son un peligro para sí mismos.

La madurez humana está relacionada con la capacidad de adquirir hábitos buenos y esto se nota en estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas, en aprender a juzgarse a sí mismo, a las personas y a los acontecimientos con rectitud de intención, en adaptarse a la vida en medio de las incertidumbres. Incluso podríamos decir más: el virtuoso se ama y se aprecia, el vicioso no. 

En este sentido, el problema no es tener defectos, sino no tener las virtudes necesarias para poder superarlos. Los educadores deben ser perseverantes, pacientes y optimistas a la hora de educar: como decía Kristi Nelson, “si las personas son imperfectas, amarlas es la respuesta perfecta”.

La educación profunda exige padres y docentes virtuosos trabajando en equipo ya que la enseñanza de la virtud porque se muestra en lo que se demuestra: si hay algo que no puede faltar en el hogar y en el colegio son las virtudes. Por eso, ha llegado la hora de volver a poner las virtudes en el centro de la educación, ya que con ellas lograremos educar personas buenas y poderosas que tengan los pies en la tierra, pero no en el barro, la cabeza en el cielo, pero no en las nubes, y estarán preparados para vivir felices en medio de las incertidumbres diarias y los momentos de desconcierto que llegarán más temprano que tarde: quizás no todos logren ser campeones del mundo, pero sí serán los campeones de su propia vida y los más felices del mundo. 

Qué y cuándo educar

En su libro La educación de las virtudes humanas, David Isaacs recomienda, según las edades, qué virtudes conviene enseñar:

  • De 0 a 7: obediencia, sinceridad, orden.
  • De 8 a 12: fortaleza, perseverancia, laboriosidad, paciencia, responsabilidad, justicia, generosidad.
  • De 13 a 15: pudor, sobriedad, sencillez, sociabilidad, amistad, respeto, patriotismo.
  • De 16 a 18: prudencia, flexibilidad, comprensión, lealtad, audacia, humildad, optimismo.

Libros recomendados para docentes  

Educar en valores con anécdotas de la historia
Alfonso Francia 

Las siete competencias básicas para educar en valores
Xus Martín García y Josep Puig Rovira 

Estrategias para educar en valores
María Ángeles Hernando 

La educación de las virtudes humanas y su evaluación
David Isaacs

Padres cristianos con éxito
James Stenson  

Creen educar… ¿y si sólo domestican? 
Gustavo Ferrari del Conte 

El libro de las virtudes
William Bennett

 

Sobre el autor

Coach educativo y ontológico, director del colegio Familia de Dios, en Rosario (Santa Fe, Argentina). Especialista en coaching para educadores, posee también un Posgrado en Filosofía y es licenciado en Historia. 

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