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Abr 2024 - Edición 281

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Sin salud socioemocional, no hay aprendizaje

La convivencia escolar es una práctica cotidiana, y puede tratarse de una convivencia nutritiva en que predominan los vínculos de cercanía y buenos tratos, o de una convivencia tóxica en que existen recurrentes actos de violencia y malos tratos.

Por: Marcela Paz Muñoz I.
Sin salud socioemocional, no hay aprendizaje

Justamente en tiempos en que la violencia al interior de las escuelas y en el país se ha incrementado en general, es clave trabajar los temas que apoyan una convivencia escolar nutritiva, tales como: la empatía y la compasión, la autorregulación y el abordaje de conflictos, así como elementos para una buena comunicación y comportamiento prosocial. No podemos perder de vista que el cerebro y las personalidades de los estudiantes están en plena formación, por lo que todas las acciones educativas estarán moldeándolos y aportando a las personas que llegarán a ser.   

A juicio de Soledad López de Lérida, psicóloga, experta en educación y coautora del libro Formación emocional en entornos educativos, “las emociones están en la base de nuestras experiencias, nuestras acciones y nuestro aprendizaje. Ellas son el sustrato de nuestras relaciones. De hecho, en los últimos años, las investigaciones y los desarrollos de las neurociencias han venido a corroborar la importancia de nuestro estado emocional en los procesos de aprendizaje”. 

Explica Soledad que cuando tenemos estudiantes y profesores muy ansiosos, se elevan los niveles de cortisol en el organismo y cuando es tóxico, bloquea los circuitos que permiten los aprendizajes. “Por otro lado, en los casos en que los estudiantes y profesores están muy deprimidos, ellos no tendrán la energía suficiente que requiere disponerse a nuevas tareas y no se sentirán capaces para enfrentar desafíos con la confianza que podrán conseguirlo. Como dice el maravilloso libro El pájaro del alma de Mijal Snunit, ’un pájaro que se siente mal, abre cajones desagradables; un pájaro que se siente bien, elige cajones agradables. Y lo que es más importante: hay que escuchar atentamente al pájaro’. De la misma manera, en un estudiante que se siente bien predominan emociones que le permiten disponerse al aprendizaje”. 

Pero no solo eso, explica que también es circular, porque un alumno que aprende y un profesor que logra enseñar se sienten bien por lo que estos logros significan. 

La expulsión como una medida

Sin embargo, tal como señala Soledad, aún no conocemos bien los efectos psicológicos de la pandemia, pero se aprecia una mayor desregulación de adultos, jóvenes y niños. “El cerebro social no tuvo las oportunidades de desarrollo debido a la falta de interacción con otros durante un período inédito de tiempo y es, por tanto, responsabilidad de todos reestablecer estas interacciones y favorecer el desarrollo social de los niños y adolescentes, para que puedan realizarse las conexiones cerebrales y relaciones sociales que no se pudieron establecer en estos años sin presencialidad”.

De hecho, a través de la prensa se han conocido algunos casos de colegios que, debido a situaciones de mala conducta o convivencia, han debido llegar a medidas extremas como la expulsión de los alumnos. A lo que la psicóloga responde: “Expulsar a los estudiantes sitúa el problema de manera individual en el niño o adolescente, desconociendo que es consecuencia de una experiencia de pandemia que no debieron haber vivido”. 

“La pandemia trajo la oportunidad de atender a la formación emocional en los entornos educativos y es también la oportunidad de que la educación revise qué más requiere ser modificado, para ofrecer experiencias de aprendizaje que respondan a la realidad de los nuevos tiempos”, dice Soledad.

“Es una experiencia muy dolorosa ser excluido o rechazado. En el mejor de los casos, el estudiante expulsado se incorporará en una nueva comunidad con un mayor daño y mayor frustración, que solo exacerbarán su agresión hacia el mundo y sus nuevos compañeros. El mayor riesgo, sin embargo, es que este estudiante deserte de la educación, ya que probablemente su trayectoria de vida se volverá más complicada, pudiendo caer en la droga, donde recibirá aceptación de otros adictos y podrá evadirse de su realidad, y eso se nos devolverá como un problema mayor en las escuelas, que tendrán más tráfico de drogas, y como sociedad, más delincuencia”. 

En todo caso, puntualiza la psicóloga que la meta, en la vuelta a la presencialidad, tiene que estar en que los estudiantes encuentren en las escuelas un espacio interesante del cual no deseen desertar. “Para esto es fundamental que los colegios y los profesores reciban un mayor apoyo, porque el desafío es grande y sumamente importante: es necesario tomárselo en serio”. 

Por ejemplo, dice Soledad, “hay que buscar las formas para que los profesores puedan estar a cargo de menos estudiantes y en duplas de trabajo, para poder ver y acoger las necesidades de los alumnos y estimularlos en sus intereses. Asimismo, que tengan tiempo para ayudarlos a hablar sobre los conflictos y las crisis que surgen en todo grupo humano, además de que puedan colaborar con las familias y equipos de especialistas para intervenciones que resulten oportunas en estudiantes específicos”. 

Otras acciones concretas

Sin duda hay que cuidar y evitar las situaciones de violencia y victimización, entregando la protección a los niños y jóvenes que lo necesitan, así como acompañar los procesos de los estudiantes que agreden, aunque no es suficiente. “Es igualmente importante construir espacios de cercanía y conversación entre profesores, entre estudiantes, así como entre profesores y estudiantes. La pandemia nos mostró no solo la relevancia de la formación emocional, sino también el reconocer que todos somos diferentes”, indica Soledad. 

Tal como lo señalaba Ken Robinson (escritor y conferencista británico, considerado un experto en asuntos relacionados con la creatividad, la calidad de la enseñanza y la innovación), cada cual tiene su elemento, lo que nos invita a favorecer los espacios para el desarrollo de los talentos personales, conformando grupos con intereses comunes a los que los estudiantes se sientan pertenecientes. Además, subrayar lo fundamental que resulta que los colegios sean espacios de bienestar, generando momentos cotidianos para pasarlo bien, en donde fluyan las emociones positivas y el humor, lo que permitirá construir en ellos una memoria emocional positiva, que los acompañará por siempre. Por último, sugeriría promover acciones prosociales entre los estudiantes y campañas de solidaridad, ya que el altruismo hace bien no solo a quien recibe la buena obra, sino que genera bienestar en quien lo realiza y desarrolla conciencia ética, que aporta a la formación de buenas personas.  

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