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Abr 2024 - Edición 281

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“Todos los seres humanos somos filósofos”

Así lo afirma el doctor en Filosofía, Mariano Asla, quien junto a Beatriz Contreras de la PUC, explica la importancia de esta materia en la formación de los alumnos.

Por: Marcela Paz Muñoz I.
“Todos los seres humanos somos filósofos”

¿Para qué estudiar filosofía? Le preguntamos a Beatriz Contreras (BC), profesora asociada del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile: “A través del estudio de esa disciplina, los estudiantes se benefician de la capacidad de reflexionar por sí mismos y aprenden a tomar distancia acerca de los acontecimientos para responder con una actitud reflexiva y responsable, basada en recurrir a argumentos y no a partir de los impulsos u opiniones inmediatas u ordinarias”. 

Desde el otro lado de nuestra cordillera reflexionamos sobre el tema junto a Mariano Asla (MA), doctor en Filosofía de la Universidad de Navarra y profesor asociado de Antropología y de Ética de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral, en Argentina. “De alguna manera, ya todos los seres humanos somos filósofos, buenos o malos, profundos o superficiales, puesto que todos hemos tenido que respondernos las preguntas fundamentales. ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Existe la verdad? ¿Por qué tengo que ser bueno y no un cretino? ¿Existe Dios? ¿Hay algo después de la muerte?”.

Esas preguntas, explica Mariano, están ahí, agazapadas la mayor parte del tiempo, pero tarde o temprano nos interpelan y entonces ensayamos una respuesta. “Mi ilusión es que esa respuesta sea profunda, meditada y llena de sentido. En definitiva, me parece que lo que debemos intentar es reconducir a los alumnos a esa verdadera profundidad de lo humano –aunque algunos parezcan hechos de corcho– (ríe)”.

Beatriz agrega que la filosofía es una disciplina del pensamiento que proporciona a todos los seres humanos una capacidad reflexiva acerca de la realidad como totalidad. “La mirada racional de la filosofía aporta argumentos para entender la profundidad de los fenómenos que se refieren a nuestra vida y nos otorga modelos de comprensión que ensanchan y enriquecen nuestras capacidades de acción”.

—¿Crees que estamos al debe en el estudio de la filosofía?

—(BC) A mi juicio, el problema de la pérdida de valor de las humanidades no es local solamente, es un paradigma que se ha instalado en Estados Unidos con fuerza y nosotros seguimos muy de cerca ese modelo en nuestra educación. Martha Nussbaum, conocida filósofa norteamericana, ha hecho un análisis profundo acerca de las consecuencias negativas para la formación de las personas, en un sentido integral y moral, en la educación de las universidades norteamericanas por la desvalorización de las humanidades frente a las ciencias naturales y matemáticas. Yo comparto ese diagnóstico, nos falta convicción acerca del rol fundamental de la enseñanza de las artes y las humanidades. Allí, la filosofía juega también un papel central.

“Me parece que las humanidades, pero también las artes, forman a las personas para el desarrollo de una vida íntegra, con sentido ético, con capacidad creativa, con solidaridad. En suma, estas áreas desarrollan la imaginación de los alumnos, la cual les permite actuar compasivamente y ser capaces de aportar sentido al desarrollo de nuevas formas de acción”.

—(MA) Lo primero, aunque suene muy anticuado, es recordar que lo más propio de la filosofía no es proveer herramientas, sino iluminar el sentido. La filosofía, si no quiere traicionar su propio nombre, no se busca como algo instrumental, sino como un fin en sí misma. Es amor a la sabiduría, y no se puede amar algo si no se lo considera valioso en sí mismo. Está claro que una expresión como “te amo para…” no resulta compatible con el amor verdadero. Sin embargo, el ejercicio de la filosofía puede redundar en el desarrollo de hábitos que, luego, sí pueden ser de utilidad en la vida en general. Creo que tratar de ser rigurosos en el pensamiento, precisos en la utilización de los términos y conscientes de todo lo que no sabemos, son los que a mí me gustaría haber logrado. Sigo intentando.

—¿Por qué es clave hacer pensar en las humanidades a los alumnos y por qué vale la pena enseñarles a leer los clásicos? 

—(BC) Me parece que las humanidades, pero también las artes, forman a las personas para el desarrollo de una vida íntegra, con sentido ético, con capacidad creativa, con solidaridad. En suma, estas áreas desarrollan la imaginación de los alumnos, la cual les permite actuar compasivamente y ser capaces de aportar sentido al desarrollo de nuevas formas de acción frente a los desafíos del presente. Las especialidades científicas se quedan sin fundamento si dejan de tener inspiración en la reflexión profunda acerca de la vida humana y de los desafíos y dilemas éticos que supone esa vida en el contexto del planeta y de los demás seres que lo habitan.

—(MA) Las humanidades siempre tienen la desventaja de tener que justificarse en términos prácticos, de vivir sometidas a una evaluación basada en criterios cuantificables y resultados inmediatos. Dudo mucho que eso sea posible.

Continúa Mariano: “El año pasado, a propósito de la educación virtual, escuché decir que esta era: ‘segura, cómoda y barata’. Tres características que se acomodan perfectamente a un viaje de placer o a un colchón, pero que no encontramos en ninguna relación personal significativa y profunda de la vida. Si la educación y las humanidades deben ser evaluadas hay que buscar criterios adecuados: deben ser profundas, razonables y estar dotadas de belleza”.

Ahora bien, agrega el filósofo argentino, no sería justo decir que el desprecio por las humanidades es fruto exclusivo de una mentalidad materialista y pragmática: “Los propios humanistas nos debemos un examen de conciencia porque muchas veces hemos hecho de nuestras disciplinas algo insípido, artificialmente oscuro o, peor aún, absurdo. Creo que estamos también nosotros en una crisis de identidad, por eso cuesta tanto encontrar maestros”.

Sobre la lectura de los clásicos, Asla señala: “Los clásicos, si son presentados de un modo inteligente, se defienden solos. Precisamente, se han hecho clásicos a fuerza de decir las cosas de uno modo prácticamente inmejorable. Yo, en lo personal, veo la conveniencia de un trabajo de ida y vuelta, desde los grandes autores a los temas actuales”.

—¿Cómo posicionar las humanidades entre los alumnos, pero también entre los docentes?

—(BC) La mejor manera de educar es dando el ejemplo. Las universidades deberían ser más explícitas en difundir su apoyo a la formación en las humanidades y las artes. Esto se logra haciendo que la tecnología sea una aliada en el desarrollo de políticas de incentivo a la enseñanza de las artes y las humanidades, con recursos de apoyo en investigación en estas áreas, con apoyo a la docencia en las facultades que enseñan estas áreas, con el fomento de becas de intercambio estudiantil en estas áreas, con la visita de líderes mundiales que promueven esta enseñanza, etc. En definitiva, me parece que, si bien la tecnología nos enfrenta a una nueva era con altos riesgos de deshumanización, el único camino esperanzador para hacer frente a las transformaciones actuales es equilibrar el peso que atribuimos a las disciplinas científicas en desmedro de las humanidades, y esto debiera partir por la enseñanza, tanto escolar como universitaria.

—(MA) El ser humano no se entiende si no es al amparo de la tecnología. Nuestro propio cuerpo es fruto de un proceso coevolutivo en el que la biología, el ambiente y la cultura (técnica) forman la trenza que nos ha configurado. No somos viables sin prendas que nos vistan, utensilios que estiren nuestros brazos y fuego que cocine nuestros alimentos. Ahora bien, es absurdo no darse cuenta de que la tecnología tiene hoy un alcance inédito y se inmiscuye en prácticamente todas nuestras actividades. Una clave, a mi juicio, es no perder de vista su carácter instrumental; es decir, que está al servicio del hombre y no al revés. Yo he escuchado, con estupor, decir que hay que preparar al hombre para el mundo que viene, como si hubiera que adaptarnos a la tecnología. No, creo más bien que tenemos que pensar qué tecnología queremos para ser más humanos.

Un último punto, no menor, advierte Mariano, “es que la tecnología ha comenzado a colonizar nuestro propio cuerpo, prometiendo cambiar (mejorar) lo que somos y transformarnos en una nueva especie transhumana. Creo que urge un análisis filosófico profundo para entablar una defensa razonable de la identidad humana”.

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