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Abr 2024 - Edición 281

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¿Cómo educar para promover el cambio?

Convencida de que la colaboración es la base de la supervivencia social y que solo se aprende de forma activa, la profesora española Miriam Leirós-Campos es pionera en enseñarles a sus alumnos competencias ciudadanas.

Por: M. ester Roblero
¿Cómo educar para promover el cambio?

Con 20 años de experiencia como educadora, la española Miriam Leirós-Campos, coordinadora del colectivo Teachers for Future Spain, es una de las caras más visibles de un grupo de docentes preocupados por el cambio climático. Desde esa plataforma desarrollan acciones para mejorar la gestión ambiental de los centros escolares y potenciar las relaciones sociales, la vida en comunidad y el desarrollo de habilidades blandas que ayudarán a sus alumnos a enfrentar la sociedad del futuro.

Desde la distancia ella nos dio luces sobre la importancia de involucrar a los alumnos para detectar las problemáticas que los afectan, enseñarles a trabajar en equipo y crear redes de colaboración entre la escuela y la comunidad, transformándose así en agentes de cambio.

—¿Cómo podemos fomentar la actitud de colaboración en los centros educativos?

—Uno de los pilares de Teachers for Future Spain es precisamente incentivar la colaboración, porque si la escuela tiene que preparar a los niños y adolescentes del futuro, no puede vivir de espaldas a la sociedad. Tenemos que cambiar aquella pedagogía tradicional, en donde el profesor o la profesora explica y los niños asumen para luego rendir un examen. Esa es una educación basada en contenido, cuando ahora lo que necesitamos son niños y adolescentes activos siendo agentes de cambio. 

—¿Cómo lo llevan a cabo?

—Queremos transmitir a los niños y adolescentes que ellos pueden promover el cambio; si hay algo que no les gusta, pueden intentar revertirlo. Para lograrlo les enseñamos herramientas blandas como el trabajo en equipo, la resolución dialogada de conflictos, la tolerancia, la pertenencia y la flexibilidad. Luego trabajamos la acción.

Creo que es muy importante que los niños y niñas sepan que son parte de la sociedad, y que pueden ser parte activa de ella. Luego, que se den cuenta de que la escuela ocupa un lugar en el barrio y en la comunidad, y que tenemos que hacer algo por cuidarlo, limpiarlo o mejorarlo.

“Enseñamos a niños y adolescentes una serie de herramientas blandas como el trabajo en equipo, la resolución dialogada de conflictos, la tolerancia, la pertenencia y la flexibilidad. Luego trabajamos la acción”, señala Miriam Leirós-Campos.

Un planteamiento que siempre les hago a mis alumnos es ¿qué no te gusta de tu colegio, de tu entorno o tu barrio? y ¿cómo crees que lo puedes mejorar? y desde ahí podemos diseñar un proyecto educativo involucrándolos desde la acción, desde el hacer, desde la motivación. Desde ahí, ellos no trabajan en algo abstracto, sino concreto y en lo que se sienten partícipes.

—¿Cómo crean redes ciudadanas de colaboración?

—Lo primero que hacemos es identificar un problema, o algo que los alumnos quieran cambiar o mejorar. La clave está en empezar por su propio colegio, que es donde ellos están la mayor parte del tiempo. Una manera importante de enseñar a colaborar a los niños y adolescentes es demostrándoles que entregar tiempo a su entorno y al bien común, repercute positivamente en todos. Al trabajar en equipo y sentirse orgullosos de un producto final conjunto, se sienta la base de la sostenibilidad social.

—¿Cómo enseñan el valor de la pertenencia?

—Una forma como nosotros enseñamos el sentido de pertenencia es poniendo en valor el lugar donde viven, las cosas que tienen y el entorno que los rodea. Todos sabemos que existen enormes diferencias entre una ciudad y otra, entre un barrio u otro y entre un colegio y otro; entonces, hay que poner en valor lo que tiene cada uno en su lugar y fomentar su motivación de cuidarlo y mejorarlo. Esa es la clave fundamental.

Evidentemente ellos no pueden cambiar muchas cosas de donde viven, pero sí hay un montón sobre las que pueden opinar y contribuir a mejorar y desde ahí aportar al bien común. Se logra de este modo un aprendizaje para la vida real.

—¿Cómo involucran a las familias en todo este proceso?

—La educación no termina cuando los niños salen de la escuela, tiene que traspasar esos muros, y qué mejor que esa labor continúe en los hogares para que los niños y adolescentes salgan adelante. Para ello, los padres y las escuelas deben ser cómplices. Cuando los padres se ven involucrados y se les da un pequeño nicho de protagonismo, se sienten partícipes. Ese sentido de pertenencia que mencionaba antes también tenemos que llevarlo a las familias porque es importante sentirse parte de un proyecto y cuando ven que pueden aportar en algo, su historia cambia.

Ejemplos de colaboración social desde la escuela: Los proyectos Colecaminos y contra la tiranía del fútbol

Miriam Leirós-Campos nos da dos ejemplos de acciones que han surgido desde el análisis crítico de los propios alumnos y de soluciones en que han involucrado a municipios y organizaciones civiles:

“Hace un tiempo detectamos que muchos padres llevan a los niños al colegio en auto, lo que además de causar gran congestión cerca de los centros escolares, acumula un montón de Co2 en la puerta de los establecimientos, lo cual repercute directamente en su salud. Nos acercamos a los ayuntamientos de cada ciudad para que habilitaran una parte de las veredas como camino escolar seguro para que los niños y niñas, junto a sus familias, puedan caminar o andar en bicicleta tranquilos y seguros hacia la escuela. Toda esta iniciativa comenzó con los alumnos, quienes detectaron un problema o conflicto que les interesaba solucionar, pensaron en soluciones, les escribieron cartas a las distintas autoridades y generaron una transformación social que trajo innumerables beneficios para la comunidad”.

”Otro ejemplo de colaboración es lo que ocurrió en la escuela donde trabajo, en donde los estudiantes detectaron en el recreo lo que llamaron ‘la tiranía del fútbol’, donde quienes practicaban ese deporte se tomaban todos los espacios y el resto del alumnado solo podía observar desde afuera. Para ello, en colaboración con sus docentes, elaboraron un plan, contactaron a distintas asociaciones, juntas de vecinos, ONG y padres de familia, y trabajaron en conjunto para buscar los fondos y ejecutar el proyecto con la ayuda de todos. Así transformaron la cancha en tres espacios más pequeños, uno para voleibol, otro para baloncesto y otro para fútbol”. 

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