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Mar 2024 - Edición 280

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Estimulación, sí. Sobreestimulación, no.

La destacada académica Anna Forés, filósofa, pedagoga y directora de la cátedra de Neurociencia en la Universidad de Barcelona, nos explica por qué es importante que los adolescentes recuperen la calma mental para enfrentar este nuevo año escolar.

Por: Ximena Greene Crédito foto entrevistada: Tekman Education
Estimulación, sí. Sobreestimulación, no.

El famoso escritor estadounidense Daniel Goleman, en su libro Inteligencia emocional, escribió que “los niños felices y tranquilos aprenden mejor”. Pero ¿cómo pueden estar tranquilos si la adolescencia es por definición una etapa de muchos cambios físicos, intelectuales, de personalidad y de desarrollo social? Más aún, ¿cómo lograr que vuelvan a la presencialidad y sus exigencias de concentración después de dos años de pantallas?

Conversamos con Anna Forés, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona, directora de la cátedra de Neurociencia en esa casa de estudios, quien nos explicó sobre el efecto que tienen la calma y la tranquilidad en el cerebro adolescente y cómo el ambiente en el aula afecta de manera directa los procesos de aprendizaje.

El necesario “silencio neuronal”

De acuerdo a la experta, estos últimos dos años han sido especialmente duros para los niños y jóvenes que están entrando en la adolescencia. Sus vidas cambiaron de la noche a la mañana y todo lo que conocían y les daba tranquilidad y seguridad se acabó de un día para otro.

El colegio se volvió un espacio virtual, lo social se trasladó de manera absoluta a las redes sociales y la tecnología inundó el quehacer diario, simplificándonos la vida, pero afectando lo que se conoce como “silencio neuronal”.

“La calma mental o silencio neuronal es aquello que necesitamos todos para que se produzcan las grandes ideas. Es lo que nos ayuda a divagar y a estar conectados en contextos abrumadores”, explica. Y es que la neurociencia ha logrado establecer una relación directa entre el silencio neuronal y el bienestar emocional, ya que las personas que logran “calmar” el cerebro son más felices y más plenas.

“Esto se debe principalmente a que un cerebro tranquilo, sosegado y enfocado favorece los procesos cognitivos y de aprendizaje”, explica Forés. Sin embargo, nada se puede aprender sin una atención despierta, sostenida, consciente. 

Para ello, la experta recomienda dos caminos de acción: uno desde el hogar y otro desde el aula.

“Los padres pueden y deben tratar de ayudar a sus hijos a encontrar la calma. Cada persona o familia tiene una estrategia distinta. Algunos salen a correr, otros la encuentran en una buena lectura, y los adolescentes pueden llegar a encontrarla, pero no hay que desconocer que lo tienen más difícil que en otras épocas porque ahora son muchos los estímulos que la están distorsionando” señala.

“La familia tiene mucho que aportar a la calma cerebral de sus miembros. En algunas familias, se logra saliendo a correr juntos, otras la encuentran en una buena lectura… Son hábitos que aportan al necesario silencio neuronal”, Anna Forés.

No obstante, Forés explica que, debido a la neuroplasticidad del cerebro adolescente, capaz de recuperarse y reestructurarse fácilmente, los jóvenes tienen la habilidad de adaptarse bien a nuevos escenarios y de aprender de manera rápida lo que les hace bien. Pero, para ello, los padres deben ser modelos a seguir y estar presentes y desconectados.

El aula tranquila, pero emocionante

Sabemos que la adolescencia es un período de intenso crecimiento cognitivo, y que ocurre al mismo tiempo en que los estudiantes se están acostumbrando a mayores demandas académicas y sociales. Sin embargo, aunque ni el colegio ni los profesores pueden eliminar ni alterar muchos de los factores que les causan estrés y ansiedad, sí pueden ayudarlos creando un ambiente en el aula donde los estudiantes se sientan tranquilos, cuidados y seguros.

Frente a esto, Forés explica que la adolescencia es una etapa muy buena para aprender. “Es una ventana de oportunidad para el aprendizaje; por lo tanto, es el momento de hacerlos pensar mucho, reflexionar mucho, hacer conexiones entre diferentes materias, edades, y también de pensar sobre las emociones”, señala.

Según la experta –citando al doctor en Medicina y Neurociencia Francisco Mora–, “para educar hay que emocionar”, y es que el cerebro cuando se emociona decodifica ese sentimiento como algo importante para sobrevivir y lo asimila más fácilmente. “Entonces, justamente lo que tenemos que garantizar hoy en el retorno al aula es un ambiente lo más amable posible, donde se generen espacios de confianza y seguridad, donde los maestros reconozcan a sus alumnos, donde se establezcan nuevas relaciones y el ‘nuevo’ entorno adquiera un rol social. Cuando eso se logra, el aprendizaje será mucho más fácil”, enfatiza.

El cerebro adolescente

De acuerdo al libro The Teenage Brain: A Neuroscientist’s Survival Guide to Raising Adolescents and Young Adults, de la neuróloga estadounidense Frances E. Jensen, la adolescencia abarca etapas vitales para el desarrollo del cerebro. Algunos de los hallazgos más recientes sostienen que:

  1. Los adolescentes aprenden mejor que los adultos porque sus células cerebrales “construyen” recuerdos más fácilmente. Pero esta mayor adaptabilidad puede ser secuestrada por la adicción, y el cerebro adolescente puede volverse adicto con más fuerza y durante más tiempo que el cerebro adulto.
  2. Los estudios muestran que el cerebro de las niñas es dos años más maduro que el de los niños a mediados de la adolescencia, lo cual posiblemente explica las diferencias observadas en el aula y en el comportamiento social.
  3. Hacer muchas cosas al mismo tiempo divide la atención y se ha demostrado que eso reduce la capacidad de aprendizaje en el cerebro adolescente. También tiene algunas cualidades adictivas, lo cual puede resultar en una falta de atención habitual en los adolescentes.
  4. Las situaciones emocionalmente estresantes pueden afectar al adolescente más de lo que afectarían al adulto: el estrés puede tener efectos permanentes en la salud mental y puede conducir a un mayor riesgo de desarrollar trastornos neuropsiquiátricos como la depresión.

 

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