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Abr 2024 - Edición 281

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“Vivimos, a mi juicio, en un mundo donde se habla de diversidad, pero no se vive la diversidad”

La filósofa Carolina Dell’Oro compartió con Grupo Educar su gran preocupación sobre el tema inclusión: el que no nos quedemos con la inclusión explícita solamente, sino que trabajemos también la inclusión implícita, de la singularidad de cada persona, de su centro, ya que eso será finalmente lo que no será desplazado en el futuro con la inteligencia artificial.

Por: Paula Elizalde
“Vivimos, a mi juicio, en un mundo donde se habla de diversidad, pero no se vive la diversidad”

Sobre la inclusión, en términos generales y también en términos educacionales, conversamos con la filósofa de la Pontificia Universidad Católica de Chile y egresada del Programa de Alta Dirección de Empresas (PADE), del ESE Business School, Carolina Dell’Oro, quien desde hace más de diez años asesora a distintas organizaciones aportando una mirada más profunda respecto a los nuevos tiempos, y temas que surgen en la sociedad. 

Esto fue lo que nos dijo:

—¿Cómo deberíamos tratar el tema de la inclusión como sociedad?

—Creo, personalmente, que este tema lo estamos tratando muy reducidamente. Pienso que, junto con hablar de la inclusión de capacidades diferentes, de las mujeres y de todo lo que se habla hoy día en los colegios, lo primero que tenemos que lograr, en una sociedad de la innovación y del futuro como esta, es la inclusión de la singularidad humana. 

Nos estamos ufanando de que tenemos todo tipo de personas distintas, y yo creo que es muy bueno, pero la pregunta que yo me hago es: ¿es aceptada la singularidad de las personas en las organizaciones? 

Te lo voy a plantear en educación, ¿qué pasa con un niño a quien no le gusta el fútbol?, ¿qué pasa con un niño que es más músico?, ¿qué pasa con un niño que no tiene las habilidades sociales tan marcadas? Quizás notes que es excluido. 

—Entonces, ¿qué debiéramos preguntarnos para saber cómo estamos en este tema?

—Yo, como filósofa, me preguntaría qué grado de inclusión tenemos hoy sin entrar en las inclusiones tan explícitas, y entrando más en las implícitas. Creo que hay que distinguir: la diversidad explícita –de cultura, religión, de sexo, de todo lo que sabemos–, que me parece que es súper importante, que genera diversidad, y que es difícil gestionarla pero, a la larga, genera espacios de mayor creatividad e innovación y es capaz de hacer romper paradigmas, pero no podemos olvidar que hay una diversidad singular, implícita, que es la que a mí me parece que está ausente en las instituciones educacionales y en las organizaciones en general. Y esa es la clave del futuro. 

En síntesis, creo que es súper importante tener inclusión explícita, pero cuidado con que nos quedemos tranquilos de que la inclusión implícita –o sea, singular– quede sin tratarse. 

—¿Qué quiere decir esa singularidad?

—Los seres humanos nos distinguimos porque tenemos un rostro, somos cuerpo y nuestro rostro define lo que somos, y no hemos visto dos rostros iguales. Entonces, la pregunta es ¿estamos educando para que ese rostro, ese mundo interior único, aflore?, ¿o estamos llenos de paradigmas que no permiten que todo lo que sea distinto realmente no sea distinto?

A mí me asusta esta diversidad explícita porque nos va a tranquilizar. Y vamos a decir “en mi empresa tengo no sé cuántos inmigrantes, tengo transexuales, homosexuales, diversas religiones”, y yo le voy a preguntar ¿y tienes las condiciones, lo mismo para un colegio, para que cada uno, me da lo mismo que sea de la misma religión o del mismo sexo, pueda expresar sus ideas originales?, ¿pueda ser el que es y no termine siendo una caricatura de lo que somos?

Y a mí me parece que el siglo XXI va por esa línea. Entonces, vuelvo a decirlo, me parece una estupenda idea incluir personas con capacidades distintas, abrir nuestra mente, porque es un nuevo mundo de conversaciones, pero, cuidado, que es más fácil hacer eso que lo otro, no nos quedemos contentos con eso. 

—Entonces, ¿cómo podemos trabajar eso, el encontrar la singularidad?

—Hay que conocer a los alumnos, desde explicar y romper paradigmas tan básicos como el del fútbol. Un niño que no juega fútbol es excluido. Un niño que tiene intereses musicales, si es rapero sí, pero si es clásico no vale. ¿Te fijas que hay paradigmas? Yo creo que hoy día en educación tenemos que romper esos paradigmas, porque, claro, músico sí, pero rapero o música popular; pero, el que tiene intereses en música clásica no tiene espacio.

“Yo le voy a preguntar: ¿y tienes las condiciones para que cada uno –me da lo mismo que sea de la misma religión o del mismo sexo– pueda expresar sus ideas originales?, ¿pueda ser el que es y no termine siendo una caricatura de lo que somos?”.

El que es culto, y le interesa leer, tampoco tiene mucho espacio. Hoy día vivimos, a mi juicio, en un mundo donde se habla de diversidad, pero no se vive la diversidad, porque la primera diversidad es eso, que cada persona logre, como decía Píndaro, llegar a ser la que es, y que el día de su vejez no diga “fui una caricatura o una sombra de lo que podría haber sido”. 

Me preocupa mucho eso, porque además tiene que ver con las tendencias que vienen de innovación y progreso. ¿Y eso, cómo se hace? Generando confianza en los niños. Que se valoren por lo que son, no por lo que la sociedad les pide ser. Y esto en la adolescencia es clave. Pero, obviamente, como la adolescencia es una etapa donde están dominados por los pares, porque es lógico y está influido, lo que tú hayas hecho en la primera infancia es muy determinante.

—Además de la generación de confianzas, ¿cómo llegamos a esa singularidad?

—Respetando. Un profesor sabe perfectamente cómo valorar a un niño en clases. Por ejemplo, en los colegios se llama primero a los padres de los niños mal portados, o de los muy sobresalientes, pero hay un grupo de niños que no molesta, pero que necesita ser mirado, ser escuchado. 

Se dice que hace veinte años veníamos discutiendo que el centro eran las personas, hoy día no basta que el centro sean las personas. Hoy día es necesario que yo sea capaz de captar el centro de las personas, lo propio de las personas y lo primero que es propio de un ser humano es que es único. La sociedad requiere del centro de la persona, ¿por qué? Porque lo demás va a ser reemplazado por la máquina. 

Entonces, creo que hay avances en lo explícito, en lo evidente, pero ahí no hay avance en lo implícito, que es lo determinante. 

Hoy día ves a la mayoría de las madres llevando al psicólogo a los niños porque no son iguales. A mí me desespera cuando los padres quieren que sus hijos sean iguales, esa es la negación. ¿Quién tiene que educar eso? El colegio. 

¿Qué sacamos con tener cupos de inclusión –hay que tenerlos, la ley lo dice–, pero si a la igual, la que no tiene habilidades distintas, nadie la ve? Y esa niñita, el día de mañana, puede ser un aporte increíble. Es cosa de leer la vida de los grandes seres humanos, nunca han sido típicos. 

Siento que hoy día el concepto de “normalidad” es un concepto que se aplicó al ser humano y es bien complejo. Esa es mi preocupación. 

Cuidado con obviar el tema esencial de la educación, que es lograr que cada persona descubra su identidad para saber cuál es su aporte en el mundo. Ese es el fin de la educación, no cumplir con estándares.

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