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Abr 2024 - Edición 281

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Volver a las humanidades

Leer, leer y volver a leer. Aprender a reflexionar, recoger la sabiduría de los clásicos. Esa pareciera ser una de las claves para retomar en los conocimientos y avanzar, pese a las dificultades y desafíos que nos ha impuesto la pandemia. ¿Cómo? Acá nos respondieron escritores, poetas, filósofos y expertos en la materia.

Por: Marcela Paz Muñoz I.
Volver a las humanidades

Ya son más de 365 días que Francisco no ha asistido a sus clases presenciales. Le ha costado mucho conectarse a internet, muchas horas en que ni siquiera le llegaba señal a su casa y, además, debe compartir el celular de su mamá con sus dos hermanos más chicos. “No estoy tan preocupado, porque mi profesor de Lenguaje me llamó y me dijo: ‘Sigue leyendo, no dejes de leer. Los libros son la base de todos los aprendizajes y así puedes seguir avanzando en tus conocimientos, si nunca dejas de leer’ ”. 

Armando Roa, poeta, narrador, antologador y traductor

“Leer es abrir de par en par las ventanas del pensamiento y la imaginación, enriquecer la vida interior, avivar la sensibilidad”. “La lectura debería ser, desde ya, un derecho con rango constitucional. Al mismo tiempo se requeriría una cirugía mayor en la institucionalidad educativa y en el currículo que se imparte en colegios y universidades”. 

Esas palabras cobran hoy más sentido que nunca. La situación de la pandemia no ha sido fácil. Por el contrario: según la Unesco, 100 millones de niños y niñas no aprendieron a leer cuando debían, ello debido al cierre de escuelas producto de la pandemia.

De esta manera –explicitó el organismo en su último informe–, los alumnos sin estas nociones pasaron, en 2020, de 483 millones a 584 millones. Asimismo, explican que, hasta antes de la pandemia, el número de niños que carecían de competencias básicas de lectura se encontraba en una curva descendente y se esperaba que bajara de 483 millones a 460 millones en 2020. “Sin embargo, la cifra se disparó, aumentando en más de 20 por ciento y anulando los avances logrados en las dos últimas décadas gracias a los esfuerzos educativos”.

En Chile, en un año normal sin pandemia, solo el 40 por ciento de los estudiantes que pasan a 2º básico sabe leer y escribir, escenario que no mejora hasta 4º básico y que se agudizó dado al contexto sanitario, revelan las cifras oficiales. Asunto que no deja de preocuparnos, dice el poeta, narrador, antologador y traductor Armando Roa, también reconocido con el Premio Pablo Neruda y el Premio de la Crítica.  A su juicio, “el proceso de aprender a leer requiere de un trabajo sostenido y creativo, en el que la presencialidad es muy importante y, por ello, podríamos decir que se trata de una tarea que compete a profesores y padres”. 

De esta manera, explica Roa, “en hogares donde no hay hábito lector es un proceso más complejo en estos tiempos de pandemia, pues los colegios funcionan con interrupciones y dificultades y es allí donde el compromiso sistemático de los padres, apoyando y reforzando, se vuelve esencial. Si esa voluntad no está, las competencias naturalmente decaen”.

El trabajo en estas lides es clave porque, indica Armando Roa, somos seres parlantes, y el lenguaje es el rasgo constitutivo de lo humano. Ahí está la base de la comunicación y el pensamiento; sin lenguaje, sencillamente, no hay aprendizaje”. Sin embargo, desgraciadamente en Chile existe una crisis profunda del interés por las humanidades. “Diría que brillan por su ausencia, lo que se traduce en una falta de valoración alarmante que nos ha empobrecido enormemente. Hoy el valor está puesto en lo que es rentable económicamente, desde una óptica de cifras y cálculos, lo que lleva a considerarlas como inútiles o poco productivas, y aquello es simplemente asesinar no solo la educación, sino que implementar una cierta noción mínima de ciudadanía, transformando a las personas en autómatas”. 

Patricio Bernedo, doctor en Historia, académico y actual decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la UC

“El óptimo sería poder transitar hacia una mirada que integre ciencia y humanidades, que busque formar una persona con valores humanos sólidos, con habilidades sociales y un nivel de conocimientos que le permitan desempeñarse adecuadamente en el mundo laboral o proseguir estudios terciarios sin mayores complicaciones”.

Coincide con ello Patricio Bernedo, doctor en Historia, académico y actual decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la UC, quien asegura que “se ha vuelto necesario subrayar su importancia en un contexto donde se observa una suerte de declinación de las humanidades, donde la pregunta por la utilidad medible de todo parece poner en tela de juicio el sentido de las humanidades. Sin embargo, el solo hecho de que se plantee sistemáticamente esta pregunta, en todos los niveles, indica la vitalidad de las humanidades, que naturalmente atraviesan un proceso de adaptación a los nuevos contextos sociales, más fragmentados que en otras épocas”.

Lo que no cambia, cuenta el decano de la UC, “es el legado más profundo y más decisivo que las humanidades pueden entregar a nuestra sociedad, como lo es el desarrollo y divulgación de conocimientos, experiencias, sensibilidades y también herramientas para responder a necesidades exclusivamente humanas. Las humanidades, y particularmente la historia, están llamadas a plantear las preguntas y a buscar las respuestas a los problemas más acuciantes de los seres humanos”. 

“La historia, junto a la literatura, filosofía, teología y las artes, nos permiten profundizar en una necesidad que nos hace plenamente humanos, como es la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien. Una gran novela, pintura o relato histórico, sin duda superan el puro gozo estético de la persona que los aprecia. Esas obras nos permiten ahondar en nuestras propias existencias individuales, y también establecer ese contacto tan necesario con nuestros semejantes, en términos concretos y también abstractos, como sociedad y comunidad en distintos niveles de complejidad. En particular, la historia nos muestra caminos de presente y posibilidades de futuro, no en una lógica mecanicista, sino de diálogo con nuestros antepasados; o –como lo han expresado historiadores muy célebres– nos posibilita dialogar con los muertos, traerlos a la vida nuevamente, a través de la lectura de los documentos entender sus almas y las sociedades en que vivieron. La historia, en ese sentido, no es el estudio del pasado por el pasado, sino el estudio de nuestro presente, con preguntas surgidas en nuestro tiempo, que nos permiten ir al pasado para generar respuestas para nuestro presente. La historia les otorga sentido a los hechos del presente y muchas veces, cuando dejamos de lado esa mirada al pasado, la realidad nos estalla en la cara reprochándonos ese ‘olvido’. Lo anterior vale para todos y en todo momento. De más está decir que esta vinculación tan estrecha entre presente y pasado y futuro es fundamental integrarla al proceso de aprendizaje de los alumnos”, señala Bernedo.

Sol Serrano, Premio Nacional de Historia 2018 e historiadora de la PUC

“Las humanidades son las que se preguntan sobre el sentido del conocimiento. Sin las humanidades, lo más humano de nosotros mismos se desvanece en una experiencia sin reflexión. Son las que nos llevan a la pregunta de qué queremos y debemos hacer con el desarrollo científico”.

Un llamado a rescatar esa importancia hace la Premio Nacional de Historia 2018 e historiadora de la PUC, Sol Serrano, para quien “las humanidades son las disciplinas que constituyen la autocomprensión de nosotros mismos. Las humanidades estudian lo humano desde la cultura; es decir, desde el sentido. No se oponen a las otras formas del saber. Por el contrario, se necesitan porque lo humano se constituye en relación con el medio, la naturaleza y la biología de todo lo que vive. La biología, por ejemplo, explica el desarrollo de un organismo vivo y sus posibles mutaciones. Es solo el ser humano quien tiene la habilidad de estudiar. Por el contrario, ninguna otra especie lo hace”. 

Es cierto que la pandemia está generando estragos en la calidad de los aprendizajes de los alumnos y que los efectos de este fenómeno seguramente los podremos observar en un futuro cercano, explica el decano de la UC. “Por ello, una manera –obviamente, hay otras– para motivar la lectura es tener claro que ésta es una herramienta de aprendizaje, no un fin en sí misma. Si lográramos transmitirles a los alumnos no solo los beneficios inmediatos de la lectura, sino el placer y el sentido que le pueden dar a su vida leyendo más, les estaríamos haciendo un gran servicio a ellos y a todo su entorno”. 

Por tanto, en un sentido tradicional, la lectura se asocia exclusivamente a los libros, pero hoy los estudiantes leen en otros soportes, digitales, no impresos, “y creo que ahí tenemos todo un mundo de posibilidades para explorar. La digitalización de obras clásicas, de fuentes históricas, de archivos de diversos tipos y épocas, lo que hoy se llaman las humanidades digitales, nos da la posibilidad de combinarlas con materiales de audio, fotografías, películas y cortos, con todo tipo de materiales audiovisuales. Esto permitiría que nuestros alumnos tengan finalmente una experiencia de lectura más parecida a lo que ellos hacen cotidianamente, que es lo opuesto a una actividad lineal, que es de saltos, cambios y fragmentos. Quizá esta realidad nos incomode y resulte incluso intolerable para muchos, pero está claro que el estudio y la lectura lineal en largas jornadas, es cada vez menos frecuente entre nuestros jóvenes”, advierte Patricio Bernedo.

¿Cómo lograr un mejor vínculo con los jóvenes? “Creo que si pudiéramos combinar una experiencia de lectura más acorde con su propia cotidianeidad; con los contenidos y habilidades que entregan las humanidades, lograríamos, quizás, generar un proceso de aprendizaje más motivador y de mayor sentido para nuestros alumnos. Tal como lo afirma la profesora de bioarqueología Ronika K. Power, de la Universidad Macquarie de Australia, las humanidades nos forman en las “habilidades esenciales de nuestra sociedad, como la resolución de problemas, adaptabilidad, creatividad, pensamiento crítico, juicio ético y la capacidad de considerar, apreciar y evaluar múltiples puntos de vista”, dice el profesor de la UC.

Esas habilidades, prosigue el historiador, “se alimentan recíprocamente con preguntas, con problemas que deben ser analizados e idealmente resueltos, que pueden abarcar cuestiones relacionadas con la privacidad en las redes sociales, la tendencia de los gobiernos a aumentar sus poderes en contextos como el actual de pandemia, la dignidad humana de los inmigrantes, el aborto, la eutanasia, cómo vivir en sociedad, cómo dialogar, generar confianza y entendimiento,  cómo organizar la economía y cómo entender la trascendencia humana, entre otros muchos temas íntimamente vinculados a las humanidades”.

La filosofía y los clásicos de siempre 

¿Por qué repensar en las humanidades y volver a leer los clásicos? Para Armando Roa, la respuesta es muy clara: “Los clásicos revelan a seres humanos, seres que sienten, imaginan, piensan y sueñan, seres que se alegran y se duelen. La condición humana, sus necesidades, desafíos y sentido son el trabajo de las humanidades. Los clásicos ensayan una mirada enriquecedora y nos ayudan a entendernos: en ellos se plasma un patrimonio espiritual que es insoslayable”.

Y en ese sentido, las humanidades y la filosofía deben volver a ser el centro del aprendizaje. Para Roa, “la filosofía es la disciplina del asombro ante el mundo y el hombre, de las preguntas esenciales en las que se juega el sentido de lo que somos. El rigor filosófico ayuda a pensar con claridad, de manera crítica y fundamentada, no a quedarse en el mero terreno de las opiniones o sentires. Es la mejor base, a mi juicio, para el desarrollo del pensamiento crítico”.

Jorge Peña, Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de los Andes, licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra

“La lectura de las grandes obras clásicas es el cauce ordinario de la vida del espíritu. Así lo piensa Alejandro Llano cuando sostiene: ‘La lectura de los grandes libros es el único camino para lograr la formación armónica y completa’ ”.

Podríamos aventurarnos a señalar, explica el decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de los Andes, licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra, Jorge Peña, que “el problema actual de la cultura fue anticipado por Martin Heidegger: ‘Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió ofrecer un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos qué es el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso’ “.

Señala entonces Jorge Peña que “el hombre sigue siendo ‘ese desconocido’, y hoy más por mala ciencia que por ignorancia. De ahí la paradoja: cuanto más conocemos, menos comprendemos el ser humano. Como dijera Heidegger, hay que ‘cuestionar, hacer saltar en pedazos el encajonamiento de las ciencias en disciplinas separadas’ ”.

¿Cómo retomar la añorada humanidad, entonces? En palabras de Jorge Peña, sucede que “necesitamos una andadura en sabiduría si no queremos correr el riesgo de estallar por los aires. Anhelamos una cultura sapiencial, un saber impregnado de sabiduría que integre unitariamente la verdad, el bien y la belleza. En el arte clásico y cristiano es difícil aislar y separar las consideraciones propiamente estéticas de las no estéticas”. 

Se necesita entonces una cultura, una reflexión de la filosofía y la literatura que “estén a la altura de los tiempos”. Porque, tal como explica el decano de Filosofía de la Uandes, “lo que está en juego en la actualidad no es la polaridad entre estado-mercado, capitalismo-socialismo, hechos-valores, individuo-sociedad, privado-público, sino entre naturaleza y cultura, en definitiva, entre lo humano y lo inhumano. Discernir y esclarecer esta gran disyuntiva no es tarea de la ciencia, sino de la filosofía, la teología y las humanidades”.

Sucede que los jóvenes en sus casas o en el colegio, y todos en general, “estamos acosados de informaciones y abundancia de mensajes (Twitter, Facebook, mail); pareciera aconsejable desconectarse de tanta actualidad y demasiada, llamémosla así, infobasura, aunque no todo lo sea. Entre tanta información, tanto estrépito, tanto chismorreo y chisporroteo de imágenes, puede ocurrir que los libros, que exigen un ritmo más sereno, quedaran un tanto apagados, y nosotros demasiado desasosegados para demorarnos en las palabras escritas”. 

Sin embargo, explica el decano que la lectura sigue siendo –a pesar de todas las sofisticadas y cómodas tecnologías de comunicación a gran escala y largas distancias– el fundamental medio educativo. “Pero leer a fondo y en silencio, puede volverse un difícil deporte en un mundo asolado por el ruido y abrumado por una inmensa e indigerible masa de informaciones urgentes, angustiosas, vocingleras y triviales. El contexto puede ser desfavorable, pero eso no impide luchar por lo que creemos una vida más digna y valiosa. El conocimiento de la historia, de la poesía y de la larga tradición cultural de Occidente es necesario para una vida examinada, según la máxima socrática”, aconseja.

En definitiva, lo que se requiere es volver a la sabiduría de los clásicos. “La lectura de las grandes obras clásicas es el cauce ordinario de la vida del espíritu. Así lo piensa Alejandro Llano cuando sostiene: ‘La lectura de los grandes libros es el único camino para lograr la formación armónica y completa’ ”.

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