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Abr 2024 - Edición 281

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Iván Jaksic, Premio Nacional de Historia “Cuando se despierta la curiosidad, gracias a buenos guías, todos encontramos nuestro camino y muchos conducen a la historia y a las humanidades”

Y así fue su experiencia. Él estudió en establecimientos técnicos profesionales, los que valora enormemente, y este año recibió el máximo galardón nacional de Historia del país. Nos contó cómo ve la enseñanza de las humanidades, la educación en Chile, y también sobre los tiempos que vendrán. Iván Jaksic en revista Educar.

Por: Paula Elizalde
Iván Jaksic, Premio Nacional de Historia “Cuando se despierta la curiosidad, gracias a buenos guías, todos encontramos nuestro camino y muchos conducen a la historia y a las humanidades”

Iván Jaksic nació en Punta Arenas, donde hizo una parte de su etapa escolar, para luego completarla en Puente Alto. Más tarde ingresó a la Universidad de Chile, pero vio interrumpidos sus estudios, los que finalizó en la Universidad Estatal de Nueva York.

Actualmente es académico de la Universidad de Stanford e integrante de la Academia Chilena de la Lengua, el año 2006 fue distinguido con el Premio Manuel Montt de la Universidad de Chile por su obra “Andrés Bello: La pasión por el orden”. En agosto de este año, recibió el Premio Nacional de Historia.

—Para comenzar, no podemos dejar de felicitarte por el Premio Nacional de Historia, ¿qué significa para ti este reconocimiento?

—Muchas gracias. Para mí, significa una validación del estilo de historia en el que he trabajado y que no es precisamente el usual. Es decir, un trabajo interdisciplinario, con un fuerte componente de filosofía. También hago bastante uso de la teoría política y de las fuentes literarias. Estoy particularmente agradecido porque lo que hago no es únicamente historia de Chile, sino historia hispanoamericana y también de Estados Unidos. Es decir, creo que el jurado consideró el que he podido abordar una historia internacional con métodos apropiados para cada tema. Por ejemplo, en “Rebeldes académicos”, filosofía; en “Ven conmigo a la España lejana”, literatura; en “Andrés Bello: La pasión por el orden”, la biografía. Además, pienso que ciertos temas deben abordarse con múltiples miradas y, por ello, he convocado a autores muy diversos para editar obras como “Historia política de Chile, 1810-2010” y algunos específicos sobre el liberalismo hispanoamericano o el período de transición en Chile. Parte de mi trabajo también tiene que ver con educación, de modo que me enorgulleció el que el premio proviniera del Estado chileno a través del ministerio del ramo.

—Hablando sobre educación, ¿qué importancia crees se les da hoy a la historia y las humanidades en la educación chilena? ¿Cuál debiera ser?

—Bueno, ya sabemos lo que ha pasado con Filosofía y con Historia en el currículo secundario en la última década. Para la enseñanza de la historia no sabemos aún cuál va a ser el impacto, porque los profesores que se formaron en la disciplina ahora tienen que entregar otros contenidos. Eso no es nada fácil. Las humanidades, además, no se pueden confinar a un ramo. Para cultivarlas seriamente es necesario tener un buen conocimiento de lenguas, sobre todo clásicas. Las fuentes deben estar disponibles, lo que tampoco es fácil. De modo que, en general, estoy preocupado. Pero también pienso que cuando se despierta la curiosidad, gracias a buenos guías, todos encontramos nuestro camino y muchos conducen a la historia y a las humanidades.

“Debe ser una prioridad el capacitar a nuestra juventud en los diferentes oficios, sin perjuicio de que puedan optar a otras carreras o vocaciones en el futuro. Ese fue mi caso: una formación que derivó en filosofía y después en historia”.

—¿Qué mensaje les darías a los profesores, respecto a cómo incentivar el amor por las humanidades?

—Creo que con ejemplos concretos de la vida de las personas. Por ejemplo, Andrés Bello no solo tuvo una vida rica en experiencias, sino que meditó acerca de lo que para él significaron las humanidades. El discurso de instalación de la Universidad de Chile es un texto corto, pero riquísimo, que se presta para una buena discusión. Meditar sobre un poema, ya sea clásico o moderno, sobre temas universales como el amor, la amistad, el paso del tiempo, las pérdidas. Son temas que quedan grabados y que inevitablemente nos llevan a las humanidades.

—Sin duda, y siguiendo con temas de educación, ¿cómo fue tu experiencia en Punta Arenas, en un colegio técnico profesional? ¿Fue un aprendizaje significativo? ¿Cómo ves hoy la educación técnica profesional?

—Entré demasiado niño, a los once años, al primer año de enseñanza industrial en Punta Arenas, de modo que en el momento mismo no fue muy agradable estar sometido a rigores que exigían un nivel de resistencia física que no me correspondía. Después, continué mis estudios de mecánica en la escuela industrial de Puente Alto, y allí desarrollé una vocación que no he abandonado jamás: conocer cómo funcionan las cosas, las máquinas, los sistemas de organización, los pasos que hay que dar para resolver problemas y para lograr un producto final. Es algo muy formativo. Por eso, pienso que debe ser una prioridad el capacitar a nuestra juventud en los diferentes oficios, sin perjuicio de que puedan optar a otras carreras o vocaciones en el futuro. Ese fue mi caso: una formación que derivó en filosofía y después en historia. Pero las necesidades de hoy requieren de más y más conocimiento técnico. La tecnología de hoy no es la de mi tiempo: las necesidades se han multiplicado y demandan mayor formación. Antes era suficiente manejar una máquina, o varias. Hoy se requiere de educación, de habilidades sociales, de capacidades múltiples.

—Han cambiado los tiempos, son tiempos de incertidumbre para los profesores, entre lo presencial y lo virtual, entre el contenido y la práctica, ¿qué debiera ser el centro de la educación?

—Nadie se lo esperaba: estar como estamos hoy por la pandemia. Pero eso destaca la importancia de las clases presenciales, de la interacción entre los alumnos, del papel moderador y formativo del profesor. Ojalá pongamos esos valores en el centro de la educación ahora que los echamos de menos. Igual, pienso que lo virtual ha sido una buena alternativa, impensable en mis tiempos de estudiante: una situación así nos hubiera dejado sin contacto social. Lo que sí pienso es que no debemos ser cautivos de las tecnologías, partiendo por las diez mil claves que nos piden y por la dependencia a cualquier sistema que cada vez más controla lo que hacemos. Es momento de pensar en cómo debe funcionar una clase virtual que entregue los mismos contenidos y cumpla las mismas funciones de una clase presencial.

—Para terminar, ¿cómo ves nuestro país en los próximos 10 años?

—Mucho depende de la inversión en educación. Lo dijo el más reciente Premio Nacional de Ciencias, Francisco Bozinovic, en este mismo medio. Debemos pensar en qué queremos ser, un país empantanado en los más bajos tramos de la OCDE o potenciar nuestros recursos humanos e impulsarlos. Quiero ser optimista, pero lo que hacemos hoy es lo que seremos mañana.

 

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