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¿Cambió la forma de aprender?

Más de la mitad de la población en Chile tiene teléfono celular y cerca del 83% conoce alguna de las redes sociales. ¿Se transformó la manera cómo nos comunicaMOS y se enseña a los alumnos? Tres expertos en el tema reflexionaron acerca del nuevo escenario.

Por: Marcela Paz Muñoz I.
¿Cambió la forma de aprender?

Así como en una época el teléfono irrumpió en la manera como nos comunicábamos, las tecnologías llegaron para quedarse en la sala de clases. Aunque, coinciden los expertos, como un medio, ya que el profesor sigue siendo quien lidera el proceso de aprendizaje en el aula. 

Se pensó que iban a ser la panacea. Pero no, en la última encuesta Bicentenario solo el 37% de los encuestados señaló que el uso de las redes les entrega información fidedigna, el resto dice no confiar ni en la información ni en los datos que se obtienen a través de internet. Si bien los resultados de esta encuesta ayudan a comprender mejor un fenómeno en la vida actual, que permea también la sala de clases, es necesario detenernos a reflexionar sobre su verdadero impacto.  

Según Magdalena Claro, directora académica del Observatorio de Prácticas Educativas Digitales e investigadora asociada CEPPE-UC de la Facultad Educación UC, “los profesores deben reconocer y asumir que sus estudiantes están inmersos en un mundo digital donde internet, redes sociales y datos móviles son parte de la vida cotidiana. Esto significa que la manera cómo se relacionan con otros, se entretienen, estudian, aprenden y aproximan a la información es distinta a la de generaciones anteriores. En este sentido, la adaptación del docente implica no necesariamente hacer clases con tecnologías, sino reconocer la cultura digital en que están inmersos los estudiantes a la hora de planificar una clase y realizar una actividad pedagógica específica”. 

Señala la experta que “si bien se ha cuestionado la autoridad del profesor en ambiente digital, este tiene un papel tanto o más importante que antes. Ese rol no posee relación con ser más hábiles que los estudiantes en el manejo operacional de nuevas aplicaciones, sino con orientar a una generación que está permanentemente conectada y que tiene acceso a una gran cantidad de información y recursos digitales, pero que muchas veces no sabe cómo usarlos a favor de su aprendizaje. 

Es necesario preguntarse, por tanto, si de verdad mejoran la calidad de  las clases y los aprendizajes significativos. Para Cristóbal Cobo, Ph.D, director del Centro de Estudios - Fundación Ceibal de Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford, “las investigaciones nos muestran que es una variable dependiente (de las estrategias pedagógicas, del propósito, de la destreza del usuario, del contexto de uso) y no independiente.

Asegura Cristóbal Cobo que luego de observar gran cantidad de experiencias que utilizan las TIC en el aula, existen tres formas de usarlas en el aula. Para hacer lo mismo que hacían antes y otra alternativa, es usarlas solo para mejorar lo que ya se hacía antes. “En cambio, la tercera vía y la más recomendable, son  aquellas experiencias educativas que utilizan las TIC para aprender de una manera disruptiva al contar con determinadas herramientas (innovación radical). Por ejemplo, cuando conectamos a estudiantes de distintos lugares del mundo para que puedan negociar un conocimiento y producir algo en conjunto. Esos casos son  mucho más escasos”. 

Pese a que esa tercera vía se trata de casos aislados, no necesariamente es negativo. Sabemos, dice Cobo,  que la innovación educativa enriquecida por tecnología es un proceso y no un estado determinado. “La evidencia muestra que es mucho más gradual, ya que tiene que ver con el desarrollo de experiencias, cambio de hábitos, y con un conjunto de condiciones para que ella ocurra”.

En todo caso, dice el experto de la Universidad de Oxford, si entendemos la tecnología como una amplificadora de capacidades tanto cognitivas como sociales, sería una falacia solamente considerar aquellos aspectos positivos.
“Las tecnologías digitales diversifican las maneras de acceder, procesar, construir y divulgar el conocimiento. Esto, siempre y cuando se cuente con las habilidades, las actitudes y el capital simbólico para aprovecharlas”.

Usar los recursos que ya existen 

Sin embargo, explica Marcelo Vera, director de Enlaces del Mineduc, “la modificación en el aprendizaje y enseñanza no se puede atribuir exclusivamente al acceso y uso de tecnología. Estas transformaciones siempre van acompañadas por otros cambios relacionados con el desarrollo profesional docente, el currículum, metodologías y didáctica, rol del educador e intereses de los estudiantes, entre otros”.

En este sentido, dice Marcelo Vera, “los avances se evidencian cuando las actividades planificadas por los docentes utilizan tecnologías para buscar, explorar, analizar, modelar, investigar y crear contenidos a partir de los recursos didácticos propuestos y organizados. Utilizando metodologías que promuevan el desarrollo de habilidades digitales y de orden superior como, por ejemplo, la metodología basada en proyectos, aprendizaje colaborativo, clases invertidas, entre otras, que sean innovadoras, atractivas y desafiantes para los estudiantes”.

​Para Magdalena Claro, “usar internet, celulares o tabletas de alguna manera implica aprovechar recursos que están a la mano y que permiten conectarse con la cultura de los estudiantes. Por otra parte, incluir  tecnologías dentro del aula hace posible que el profesor pueda guiar a sus estudiantes en un uso adecuado, seguro y ético de los recursos y oportunidades que ofrecen para el aprendizaje y también su formación como personas y ciudadanos. Finalmente, ofrecen grandes oportunidades para el desarrollo del conocimiento y el trabajo didáctico vinculado a las asignaturas. Por ejemplo, en ciencias y matemáticas, la búsqueda de información, el análisis de datos y diferentes formas de representación y simulación van abriendo nuevas posibilidades y generando mejores prácticas”. 

Ojo con los peligros asociados

Sin embargo, advierte la experta de la UC, sin una correcta regulación y orientación, las tecnologías se pueden convertir en un distractor para docentes y alumnos, sobre todo cuando el recurso se vuelve el centro de la actividad, en vez del objetivo de aprendizaje. “Otro problema importante se produce cuando no se considera el soporte técnico adecuado. Si falla internet, el computador o las ​tabletas al momento de realizar la actividad, el uso de recursos digitales se transforma en una carga para ese profesor que no va a querer repetir una actividad similar por temor a ese tipo de fallas y para los estudiantes que pierden la motivación”.​

Asimismo, indica Cobo, la tecnología “también se puede convertir en una moneda de dos caras, porque al ampliarse las capacidades de acceder a nuevas fuentes de saber, también se multiplican los potenciales elementos distractores. Entonces, si la tecnología no se incorpora de una manera apropiada (centrada en el que aprende y no en el que enseña), es posible que ocurran fenómenos como que los estudiantes se aburran o se distraigan, que se redefina el rol del docente como única fuente de la verdad o que quede en evidencia la falta de pertinencia de los contenidos curriculares”.

En su libro “Innovación pendiente” (2015), el experto de Oxford explica que “la arquitectura de internet, como lo conocemos, está pensada para facilitar el replicar, reenviar, compartir, volver a enviar datos e información. La web es una poderosa plataforma capaz de replicar dinámicamente sus flujos de datos, convirtiendo a sus usuarios en pseudoantenas repetidoras (leo y replico o copio y pego). Sin embargo, es muy probable que replicar no sea pedagógicamente tan sustantivo como desarrollar la capacidad de crear y construir nuevas conexiones cognitivas entre diferentes campos del saber. De hecho, el consumo de video en internet será el 80% de todo el tráfico que harán los consumidores en 2019 a nivel mundial.  Parece estratégico, entonces, asignar más valor al proceso de generar nuevo conocimiento”.

Por ello, señala Cobo en su libro, “el reto está en diseñar y favorecer experiencias de aprendizaje que vayan más allá de la sistematización de conocimientos preestablecidos. Estimular la exploración y la creatividad en el proceso formativo habrá de jugar un papel clave. Repensar el papel del aprendiz también significa ir más allá de simplemente acceder a recursos elaborados por terceros”.

Pese a que no existen recetas ni fórmulas mágicas, las investigaciones revelan que el desafío fundamental está en ampliar los contextos y espacios de formación aprovechando estas herramientas para favorecer aprendizajes más allá del aula. “Pero aquello no es tan sencillo bajo las estructuras de la educación tradicional, puesto que la flexibilidad no está entre sus principales cualidades. En definitiva —como postulamos en ‘Innovación pendiente’—, no es suficiente innovar en los dispositivos digitales si ello no viene acompañado de una apertura en las formas de entender el valor del conocimiento”, dice Cristóbal Cobo.

La transformación desde la escuela

Marcelo Vera dice que la escuela debe promover en sus estudiantes el desarrollo de lo que hemos denominado las Habilidades TIC para el Aprendizaje (HTPA). “Los niños y adolescentes son usuarios privilegiados de la tecnología con multitud de finalidades, pero al mismo tiempo necesitan ser acompañados, de modo de ir más allá de los usos meramente recreativos y sociales, y desarrollar estas habilidades TIC que les permitan desarrollar tareas escolares y aprender de forma autónoma”.

Según Magdalena Claro, “la calidad de una clase en cualquier época depende principalmente de la calidad del docente y de la organización escolar que lo apoya. En este sentido, las tecnologías nunca van a poder compensar completamente las carencias de un profesor. Sin embargo, ellas ofrecen oportunidades importantes que permiten potenciar el trabajo del docente. 

Por ejemplo, favorecen metodologías activas como la Clase Invertida (Flipped Classroom) y el Aprendizaje Basado en Proyectos, las que han demostrado una gran efectividad en el aprendizaje, aumento de la motivación y de la participación de los estudiantes. En este sentido, lo central es que el profesor sea capaz de considerar y aprovechar los recursos digitales para que sus clases y sus actividades sean más efectivas”.

Por otra parte, señala la experta de la UC, “usar tecnologías en clases es una manera de conectar con la cultura digital del estudiante. Ellos tienden a preferir el texto audiovisual al texto escrito, están acostumbrados a la inmediatez y a realizar varias tareas al mismo tiempo. En este contexto, realizar actividades participativas y colaborativas en la sala de clases, usando recursos y dispositivos digitales, muchas veces resulta más motivante, al mejorar el ambiente y la calidad de la clase”.  

Sostiene Marcelo Vera que las investigaciones internacionales han ido poco a poco derribando el mito de los “nativos digitales”, término que acuñó el estadounidense Marc Prensky el año 2011 para referirse a quienes han crecido con la tecnología y, por lo tanto, ya tienen las habilidades necesarias para desenvolverse en entornos digitales. “Hoy sabemos que esto no es así, lo cual implica que las escuelas deben orientar esfuerzos para fomentar el desarrollo de esas habilidades en sus estudiantes, lo cual les permitirá desenvolverse en entornos digitales complejos”. 

Dicen en el Mineduc que los docentes tienen un rol fundamental en este desafío y, por ello, es importante que realicen adaptaciones en el quehacer educativo, que permitan preparar a los estudiantes. 

 

Las tecnologías mejoran el aprendizaje cuando hay:

  • Profesionalización y formación de alto nivel de educadores y tomadores de decisión.
  • Descentralización en la toma de decisiones.
  • Reconocimiento de las habilidades y valores localmente relevantes.
  • Redefinición de los instrumentos de evaluación.
  • Estímulo del desarrollo de destrezas transdisciplinares y basadas en experiencias reales.
  • Reconceptualización del papel de la escuela.
  • Replanteamiento de la forma de administrar los tiempos y los espacios del aprendizaje, entre otros.

(Fuente: “Innovación pendiente”, Cristóbal Cobo)

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