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Abr 2024 - Edición 281

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Vicente Cordero, decano de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Andrés Bello: Radiografía a la educación chilena

En pleno período de matrículas, resultados de PSU y acreditación, encontramos a la máxima autoridad de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Andrés Bello. Conversamos con él sobre el futuro de la educación chilena, los cambios que se avecinan y las posibilidades de dar un giro real y definitivo.

Antes de entrar de lleno a la realidad de nuestro país, nos insertamos en lo que está sucediendo afuera. Por ejemplo, en Estados Unidos, el famoso Modelo KIPP -The Knowledge Is Power Program- mantiene cerca de 82 colegios y 21 mil estudiantes. Esos estudiantes mejoraron su rendimiento en forma notable y lo lograron con más horas de clase, alta exigencia hacia los alumnos y directores autónomos que eligen a sus profesores.

– ¿Qué opina de esta ideas, se podrían replicar en Chile?, le preguntamos a Vicente Cordero, decano de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Andrés Bello.
– Primero, me parece que no representan ninguna novedad. Son las viejas ideas que, como en muchos temas, vuelven a cobrar toda su importancia y valor, luego de tantos experimentos y modas que se impulsan desde oficinas centralizadas que definen las políticas educativas para la educación formal primaria y secundaria.

Pero, pareciera que pese a la antigüedad, se trata de cambios positivos que ‘expresan parte del sentido común que debe presidir toda labor directiva en este ámbito de la educación’.

Sin embargo, ese mismo modelo lleva consigo otras ideas, también bastante positivas, por ejemplo: la gestión está concebida en relación a resultados en el aprendizaje de los alumnos. ‘Si en un colegio la atmósfera educacional, las estrategias, la infraestructura, las inversiones, los recursos humanos, actúan en función de metas claras en este terreno, los logros no se dejarán esperar -explica Cordero-. Y también, quizás lo más importante de ese modelo, es que colegios con esa calidad en sectores socialmente deprimidos, logran comprometer a las familias y a los padres en las necesidades educativas de sus hijos. Y como el sentido común indica, con familias presentes en la educación de sus hijos, éstos disponen de la motivación, el entusiasmo y la autoestima necesaria para superar cualquier obstáculo que se presente’.

-¿Y qué pasa en Chile?, le dijimos.
-En el caso de nuestro país, en este punto tenemos una situación crecientemente dramática: casi dos tercios de los nacimientos (65% de ellos) se están produciendo fuera del matrimonio, es decir, en contextos altamente inestables, y no se divisan políticas públicas que se hagan cargo de esta crítica situación que pronto golpeará a las puertas de nuestras escuelas.

La educación pública

Con los resultados en la mano pudimos observar ciertas realidades que llaman la atención. Una de ellas, por ejemplo, es lo que sucede con el Instituto Nacional que en la última PSU, pese a los paros y movilizaciones, logró tener 29 puntajes nacionales.

– ¿Cómo lo hacen?, le preguntamos.
– El caso del Instituto Nacional no me sorprende porque estamos hablando de una experiencia educativa que se sostiene sobre la base de un proceso de selección y discriminación académica a partir de Séptimo Básico, que asegura alumnos con resultados exitosos en la Prueba de Selección Universitaria (PSU). No tengo objeciones con experiencias de este tipo, pero claramente no es un modelo replicable a escala nacional. Sería maravilloso que todos los colegios contaran con los recursos de apoyo para el aprendizaje, los recursos materiales y el cuerpo docente, en la cantidad y en la calidad que los posee ese establecimiento.

Pese a ese ejemplo, los expertos coinciden en la merma de estudiantes de la educación municipal a la particular subvencionada.

– ¿Es posible revertir esta institución y, por ejemplo, institucionalizar la educación municipalizada?
– El actual estatuto docente es de las hipotecas más graves que afectan el futuro del país. Tengo dudas de fondo respecto a la existencia de una carrera docente. Creo, eso sí, en un sistema que establezca estándares mínimos para el ejercicio docente; con estímulos relevantes y reconocimientos para los buenos desempeños, y sanciones y costos para los malos, ambos asociados a resultados en los aprendizajes, así como con incentivos al perfeccionamiento continuo de los docentes.

En ese sentido, es importante analizar qué cambios habría que realizar para que el sistema funcione, y de verdad. ‘Dicho sistema, además, debe contar con altos grados de flexibilidad laboral, que permitan una razonable movilidad en materia de oferta y demanda de los servicios docentes. Claro está que si no hay una voluntad política que aborde con convicción y energía los profundos cambios que hay que hacer en el sistema, lo anterior pierde todo su sentido. Me parece que debe haber en el país un sistema flexible de gestión educacional, acorde con la realidad social de cada región o comuna, la que debe ser el criterio para determinar si es directamente el Estado, o el municipio o entidades privadas, quienes deben hacerse cargo de la iniciativa educacional. En cualquier caso, me parece fundamental, que en cualesquiera de sus formas, todas ellas deben procurar que las familias asuman la responsabilidad inalienable que tienen con la educación de sus hijos’.

Pero no sólo se requiere que las familias estén atentas al proceso educacional de sus hijos, sino que existan profesores comprometidos, con una fuerte vocación, a prueba de balas, como ocurre en las películas.

– Esto trae a la memoria el caso del profesor unidocente de Panguipulli, Rubén Arcos, que con mucha imaginación y no tantos recursos ha logrado sacar adelante a 19 alumnos en plena zona rural. ¿Es posible replicar esa situación en el resto del país?
– Frente al caso del profesor Arcos, me pregunto si no será el peso de la burocracia planificadora, que dictamina y penetra, desde ignotos lugares, hasta en sus mínimos detalles lo que debe hacerse en el aula, lo que ha inhibido y desmotivado la iniciativa creadora de los profesores en Chile. Este ejemplo puede ser una señal poderosa, que muestra que lo que se necesita es depositar la confianza en los profesores.

De hecho, asegura muy convencido, ‘uno de los errores que se ha cometido en la implementación de las reformas educativas es el haberlas hecho sin los profesores o al margen de ellos. Estoy seguro que la experiencia del profesor Arcos vale más que muchos instructivos educacionales que se imponen unívocamente a lo largo y ancho del país. Tenemos un sistema que fomenta excesiva y desproporcionadamente la mentalidad ‘funcionaria’ de nuestros profesores. Y esto es fatal para el desarrollo de una auténtica vocación docente’.

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