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Regístrate y accede a la revistaEl mundo despide al Papa Francisco con profundo respeto y emoción. Su legado va más allá de su papel como líder de la Iglesia Católica: fue un pastor cercano, un hombre sensible a las injusticias, un defensor incansable de los más frágiles… y también un amante de los libros. De todo aquello conversamos con Armando Roa, poeta, escritor y antologador chileno.
Jorge Mario Bergoglio, antes de convertirse en pontífice, fue profesor de literatura y lengua en su natal Argentina. En las aulas, y luego en sus escritos y alocuciones papales, compartía una convicción profunda: leer transforma. Para él, la literatura no era solo una disciplina académica, sino una forma de entrar en contacto con el alma humana, de comprender al otro, de ampliar el corazón y el entendimiento.
“Cuando uno lee, se identifica con las situaciones, con los personajes. La lectura despierta la capacidad de compasión”, decía. Leía y recomendaba libros con entusiasmo, no como un acto intelectual, sino como una forma de ejercitar la empatía y abrirse a lo humano en toda su complejidad.
Entre sus autores favoritos estaban Fiódor Dostoievski y Federico García Lorca. Del primero valoraba la profundidad psicológica y moral con que retrataba el sufrimiento y la redención. Del segundo, el lirismo, la pasión por lo trágico y la voz que daba a los marginados. Ambas lecturas reflejan su sensibilidad hacia el dolor humano y su constante búsqueda de justicia y belleza.
“Francisco no solo leía, sino que vivía la literatura. Era capaz de tomar un texto y conectarlo con lo esencial de la experiencia humana: el perdón, la misericordia, el amor por los últimos. Su recomendación de leer no era una sugerencia cultural, era una propuesta espiritual”, nos dijo Armando Roa.
En tiempos marcados por el ruido y la prisa, Francisco recordaba el valor de detenerse y leer, de reencontrarse con uno mismo y con los demás a través de las palabras. Hoy, al despedir al Papa que tanto habló de misericordia, dignidad y fraternidad, también rendimos homenaje al profesor que nunca dejó de invitarnos a leer, porque sabía que la literatura es una forma de mirar al otro, de reconocer su rostro, de comprender su dolor. “Leer, como él decía, nos humaniza. Ese fue también su mensaje”, nos contó el poeta.
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