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Abr 2024 - Edición 281

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Los conflictos en la escuela

Por Marcela Muñoz Illanes / Directora Revista Educar

A través de los medios de comunicación nos hemos informado sobre el incremento en los casos de bullying en nuestro país. Según cifras de la Superintendencia de Educación, el año pasado las denuncias por maltrato escolar aumentaron en un 28%. Del mismo modo, a diario somos testigos de cómo crece la ingesta de alcohol entre los jóvenes chilenos, particularmente en las mujeres.

Pareciera, entonces, que las medidas de prevención no han surtido efecto. Planes como “Escuela Segura” se encuentran actualmente en revisión.

Como si aquello fuese poco, actualmente Chile se ubica entre los cuatro países con mayor abuso de alcohol entre adolescentes, luego de Inglaterra, Dinamarca y Finlandia, entre los países de la OCDE. De hecho, según las cifras de Senda (Servicio Nacional de Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol), “un 33% de los jóvenes de entre 13 y 15 años ha estado borracho por lo menos dos veces en su vida”.

Llama la atención particularmente el hecho que los expertos mencionan como una de las causas principales de la ingesta de alcohol “la falta de sentido de vida que permea nuestra sociedad. Estudiamos, trabajamos, ganamos dinero, formamos familia, nos separamos y eventualmente morimos. Nuestros esfuerzos se centran mucho en lo económico y muchas veces no tenemos una misión sustantiva que cumplir”.

En las escuelas, la clave pasa por implementar un programa de prevención que opere en los diversos niveles, actores y sistemas del colegio, donde se utilice un número de horas a la semana para ir trabajando esta temática. Es decir, un programa ordenado, continuo, con etapas y estrategias claramente definidas, donde no sólo se informe sobre el consumo del alcohol y sus consecuencias, sino que se enseñen estrategias alternativas (y más sanas) para enfrentar y lidiar con los problemas.

Respecto al trabajo de la familia, investigadores han observado un menor consumo entre los jóvenes, cuyos padres los “monitorean”. Es decir, entre quienes saben dónde están sus hijos, qué es lo que hacen en su vida cotidiana y a qué se dedican. Aquellos apoderados que son capaces de conocerlos a nivel psicológico y emocional, que pueden empatizar con ellos, que se preocupan de quiénes son y qué les pasa, que buscan comprenderlos y ayudarlos. Por tanto, todavía estamos a tiempo de revertir los conflictos. Debemos prestar todavía mayor atención a nuestros alumnos e hijos. 

 

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