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Las tecnologías afectarían el rendimiento escolar y la conducta social de los alumnos

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Como un adelanto de la Revista Educar de diciembre “Cerebros de la era Digital”, entrevistamos en extenso al destacado psiquiatra y experto en Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC), Dr. Otto Dörr, Profesor Titular de Psiquiatría de las Universidad de Chile y de la Universidad Diego Portales. 

Por Marcela Paz Muñoz Illanes 

¿Es correcto señalar que la irrupción de las tecnologías ha significado en los jóvenes serios trastornos que se conocen como demencia digital? 

-Es correcto. Innumerables estudios han venido demostrando en los últimos años la relación directa que existe entre el número de horas que los niños y los jóvenes dedican a algunos de estos aparatos (computador, teléfono celular, Ipad, Ipod, play station, televisión, etc.) y la disminución en la capacidad de concentración, de la calidad de los rendimientos escolares e incluso de la conducta social (menos preocupación por el otro, más agresividad, etc.). Por último, se considera que así como hay factores que promueven el desarrollo cerebral, como es el caso del bilingüismo, la música, la lectura y el deporte, hay factores que inhiben ese mismo desarrollo y que a la larga van a significar un deterioro cognitivo mucho más precoz. Una extraordinaria exposición de todos los experimentos que han llevado a estas conclusiones la encontramos en el libro “Demencia digital” del Dr. Manfred Spitzer, Profesor de la Universidad de Ulm, Alemania, cuya traducción al español es del año 2013 (Editorial B, S. A., Barcelona).

¿Cuál es el peligro mayor  de la irrupción de las TIC en  el mundo actual?

-En mi opinión el mayor peligro estriba en el hecho que estas tecnologías van ligadas necesariamente a un predominio del sentido de la vista sobre los demás sentidos, en particular del sentido del oído. A lo largo de toda la historia los cinco sentidos se han desarrollado en una perfecta armonía, mientras que ahora la imagen está dominando la vida del hombre en todos los planos. El sentido de la vista tiene que ver con el espacio y el sentido del oído, con el tiempo. Ambas dimensiones, la espacialidad y la temporalidad, son esenciales en y para la vida humana y, como en la física, no pueden separarse la una de la otra ni predominar una sobre la otra. Por otra parte, cada sentido nos abre una dimensión diferente del mundo. Tomemos como ejemplo el caso del gusto y del olfato. Ya el comer juntos marca un punto de inflexión en el proceso evolutivo, separándonos de los animales. La palabra cultura viene de cultivo y en Roma sabio era aquel capaz de distinguir olores y sabores, vale decir, de saber elegir una buena comida y un buen vino.

La postergación de estos sentidos en la postmodernidad se puede observar en el progresivo imperio de la comida rápida, esa que carece de la morosidad propia del comer tradicional, marco en el cual ha tenido lugar durante siglos la educación de los hijos y la práctica de la amistad. Pero más trascendental aún, es el hecho que el encuentro interpersonal y sus posibilidades de desarrollo más fecundas, como son la amistad y el amor, comienzan siempre a raíz de una consonancia atmosférica, de una atracción recíproca que ejercen las respectivas emanaciones o irradiaciones personales. Hoy observamos, en cambio, un aumento alarmante del contacto virtual, carente por definición de toda atmósfera. También el “buen gusto”, trascendental en la formación cultural de las personas y en el arreglo y decoración del lugar que se habita, es un derivado, como su nombre lo indica, de estos sentidos ligados a la oralidad.

El sentido del oído, por su parte, nos abre al mundo de la comunicación con los otros a través del lenguaje, pero también es el sentido de lo secuencial, vale decir, del tiempo. Así como la vista está referida fundamentalmente al espacio, el oído lo está al tiempo. Hay dos puntos culminantes en el mundo de la secuencia: la palabra (amorosa, poética, científica, etc.) y la música, que es el arte del tiempo, al modo como la pintura y la escultura lo son del espacio. El predominio de lo visual en nuestra civilización post moderna ha ido aparejado con la postergación del mundo que nos abre el sentido del oído. Porque el oír no es solo un escuchar en forma pasiva los ruidos de la naturaleza, sino siempre también un “oír-decir”. Es la palabra del otro, particularmente de la madre, la que forma el oído y con ello, a la persona. Toda la educación del niño y del adolescente está vinculada al sentido del oído, tanto en el aprendizaje de normas como de conocimientos y destrezas. Por eso, desde Homero los poetas han sido los grandes maestros y formadores del alma de los pueblos. Shakespeare, Cervantes y Goethe representan buenos ejemplos de ello. Y ocurre que en la actualidad y en gran parte a causa de este predominio de la imagen, se observa una progresiva pérdida del hábito de la lectura, pero también del diálogo. Ya no existen esas largas conversaciones entre amigos, inmortalizadas en las novelas francesas y rusas del siglo XIX. Los actuales diálogos son telegráficos, plagados de groserías y muchas veces solo virtuales.

Es sabido que pueden ser una gran ayuda en favorecer el aprendizaje,  sin embargo, ¿puede afectar la forma cómo los alumnos aprenden y almacenan la información en su cerebro?

-Las ventajas de estos aparatos para la vida moderna son obvias y nadie pretende plantear la idea de eliminarlos, pero es urgente dosificar el tiempo que los niños pasan “conectados” y controlar sus contenidos. La relación entre video juegos violentos y conductas agresivas ha sido demostrada hasta el cansancio. Estas conductas van desde la falta de respeto a los padres en la casa hasta el hacer bullying a los compañeros más débiles en el colegio y, más tarde, la pertenencia a tribus urbanas o sectas que pueden llegar a ser muy violentas. En Estados Unidos los niños pasan alrededor de diez horas y media conectados a alguno de estos aparatos y en Europa – continente tradicionalmente más preocupado de la cultura y la buena educación – ya van en siete horas diarias. Hay una serie de experimentos que demuestran cómo a mayor cantidad de tiempo conectado a internet, menor es el rendimiento escolar (Spitzer, 2013, pp. 83-89). La implementación excesiva de este tipo de aparatos en los colegios – que es la tendencia actual – parece entonces un error garrafal.

Algunos investigadores advierten que en el año 2020,  por las tecnologías, los cerebros no poseerán la capacidad de reflexión básica, ni tampoco la habilidad de la comunidad real, cara a cara.  Más bien serán dependientes de un modo insano de internet y de los terminales móviles para poder funcionar.  En total las transformaciones de la conducta y del pensamiento tendrán unos efectos negativos de manera muy generalizada. ¿Cree que ese peligro existe realmente?

-Todo lo que usted afirma en el texto de su pregunta es cierto y las respuestas detalladas las podrá encontrar en abundancia en el libro ya mencionado. Para poder usar Google se requiere de conocimientos previos que actúen como “filtro”. Quien no sepa nada de una materia tampoco podrá informarse de ella a través de Google. En cambio, quien ya sepa mucho sobre un asunto, podrá buscar en estos medios el fragmento de información más reciente y definitivo que le falte para algún fin. Respecto al carácter “insano” de internet, bastaría pensar en los “enamoramientos” y “relaciones afectivas” virtuales. En mi condición de médico psiquiatra ya he tenido oportunidad de ver casos de este tipo, con reacciones de celos del otro miembro de la pareja e incluso separaciones. Ahora, el hecho mismo que una relación afectiva carezca de la participación del sentido del tacto en la caricia, y de los sentidos orales (gusto y olfato) en la percepción de la atmósfera corporal del otro, de su aroma, de su irradiación, etc., demuestra el carácter antinatural e “insano” del uso de estos aparatos para la “hipercomunicación”.

 Es un hecho de que los niños y los adolescentes pasan más del doble de tiempo con medios digitales que en la escuela, ¿Qué peligros acarreará este hecho?

-Efectivamente y, como dijimos más arriba, los niños pasan muchas horas frente a o jugando con algunos de estos aparatos tecnológicos y se podría afirmar que todo ese tiempo es prácticamente perdido. Hay diversos experimentos que demuestran que el empleo de estos aparatos está en directa relación con la disminución de las capacidades cognitivas. O dicho de otra manera: las tecnologías de la información y la comunicación no constituyen un estímulo para el desarrollo cerebral. Por el contrario, ellas favorecen la aparición precoz del deterioro cognitivo normal que acompaña a la edad. Se conocen también los factores que sí estimulan ese desarrollo, como los ya mencionados: bilingüismo, música, lectura y deporte. Las autoridades se engañan al pensar que van a mejorar el rendimiento escolar con computadores o televisores. Es exactamente lo opuesto lo que deberían promover: alejar a los niños de este predominio arrollador de la imagen y abrirlos de nuevo al mundo de la palabra. 

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