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Abr 2024 - Edición 281

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El difícil manejo de curso

Por Santiago Baraona, Ingeniero Civil de Industrias (PUC), Máster en Ciencias para la Familia de la Universidad de Málaga y ex Director del ColegioTabancura. Twitter: @sbaraona

Alain, el célebre filósofo de la educación del siglo pasado, explica en su obra “Pedagogía infantil”, al hablar sobre la disciplina, que “el maestro no debe contar que se respetará su función, ni tampoco a su persona”. Lo califica como un grave error del que es preciso cuidarse. Explica que este olvido de la compostura en el que incurren a veces hasta los alumnos más educados, se debe a que la relación profesor-alumno es tan peculiar que obedece a unas leyes propias que no se encuentran en el resto de las relaciones sociales. Por este motivo, concluye Alain, dentro del aula “es preciso establecer unos modales especiales y sin paragón”.

Quienes hemos hecho clases en un colegio sabemos que mirada de cerca, la tesis de Alain es cierta. En el manejo de la disciplina es necesario conocer una serie de leyes especiales sobre las relaciones profesor-alumno cuya validez sólo se verifica en el interior de la sala de clases. En las circunstancias actuales de nuestro país, cuando la calidad de la educación casi ha copado el debate público, es fundamental aquilatar las mejores prácticas pedagógicas. En las líneas que siguen, intentaré exponer algunos principios que entiendo como eficaces para mantener en las salas de clases un ambiente que ayude al aprendizaje.

El mismo Alain nos da la primera pista. El profesor no debe contar con que los alumnos lo vayan a respetar por el hecho de ser profesor. No hay duda de que sería el ideal pero sabemos que no es así y no sirve de nada lamentarse. Ampararse en el principio de autoridad –“debe haber silencio porque el profesor lo dice”- no resulta, quizá porque es demasiado abstracto. Los directores de colegio lo tienen bien experimentado: bastan unas pocas horas frente a un curso para que los alumnos olviden que es el director. Tampoco tiene sentido al hacer una clase, intentar que me respeten por el hecho de ser “persona” y mostrarse ofendido si no ponen atención o si conversando interrumpen la explicación. Es muy probable que el alumno no pretenda en absoluto ofender a nadie.

Un segundo principio que parece fundamental es entender que la sala de clases es el lugar de trabajo para el profesor y para los alumnos. Esto significa en primer lugar un desafío para el profesor: debe preparar con detalle cada lección; debe hacerse evidente que no hay ningún espacio a la improvisación y que todo está cuidadosamente planificado; que tiene el control de cada segundo que pasa; y que los estándares de trabajo son muy altos. Parece un detalle menor, pero el inicio de la clase debe estar muy bien marcado, y por eso es tan necesaria la puntualidad. Me atrevo a decir que un profesor puntual, extremadamente puntual, tiene un gran porcentaje ganado. Luego es preciso pasar la lista y no admitir los atrasos. Una condición esencial de un trabajo bien hecho es que no haya retrasos.

Contribuya al ambiente de orden y de laboriosidad, un detalle pequeño pero que no hay que mirar en menos. La participación de los alumnos en la clase no debe prestarse a confusiones. Que se hagan preguntas es muy bueno y señal de que se despierta el interés Pero si las preguntas se hacen espontáneamente, a tontas y a locas, cuando al alumno se le ocurren y sin pedir la palabra, pueden empezar los problemas. De aquí se deriva una práctica sencilla cuya instauración requiere constancia y que es bueno que sea parte de la cultura de un colegio: que siempre para hablar el alumno pida la palabra. Diría que es casi una llave mágica. Nadie dice nada si no se le da la palabra, como debe ser entre personas educadas.

La sala de clases no es el lugar para resolver carencias afectivas. Por eso, el buen profesor, aquel que maneja el curso, no pretende el cariño de sus alumnos, ni la admiración, ni la amistad. Sólo debe buscar que el alumno aprenda, trabaje y se forme. Frente a un curso, mejor pasar por serio que tratar de ganarse a la gente haciéndose el simpático. Naturalmente es perfectamente posible la seriedad en el trabajo con la amabilidad (no sólo posible, sino también necesaria), pero una tiene prioridad sobre la otra. Algunos profesores más inexpertos quizá se dicen: “si me los gano por el corazón…”; sin embargo, es este un camino excelente para perder la autoridad. La seriedad debe ir unida a la serenidad, incluso cuando un alumno pone a prueba la paciencia. Evitar a toda costa irritarse. Tomar las cosas con calma, sin precipitarse. La condición para lograr el dominio del grupo es lograr primero el dominio de sí.

Un último principio fundamental para que haya un manejo disciplinario eficaz: los castigos no se levantan. Se puede discutir sobre la necesidad o no de poner castigos; se pueden contrastar opiniones sobre los tipos de castigos que conviene aplicar. Pero lo que parece quedar fuera de toda duda es que cuando se impone un castigo, si se levanta, influye negativamente en el ambiente de la clase y del colegio. Como es un tema delicado, hay que pensar muy bien los castigos que se dan; su duración; la relación entre la falta y el castigo; el modo de velar por su cumplimiento; etc.

Cuentan que los manuscritos de las poesías de Gabriela Mistral estaban llenos de borrones y correcciones. Cada verso no era solamente el fruto de una inspiración arrebatadora sino que también el resultado de muchas horas de trabajo que se hacía y rehacía. Hay personas que parecen llevar en la sangre las “leyes” que regulan las relaciones entre profesores y alumnos al interior del aula. Hay algo innato en esos profesores que impone respeto, despierta admiración y llama al trabajo Una especie de talento artístico, como el de nuestra poetisa. Pero como en todo arte, que después de todo, eso es la pedagogía, se precisa una dosis de inspiración, pero mucho más importante es la “transpiración”.

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