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Abr 2024 - Edición 281

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¿Cómo despertar el placer de leer?

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Por Jimena Toledo Garrido,  Encargada CRA Escuela Darío Salas, comuna de San Pedro de la Paz, VIII Región. Gestión y desarrollo de colecciones en bibliotecas escolares y públicas. Diplomado en Fomento a la lectura y literatura Infantil y Juvenil, Pontificia Universidad Católica de Chile.


 

“Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito leer no se adquiere si él no promete y cumple placer”. Esta cita de Gabriela Mistral, refiere a la importancia de hacer de la lectura algo intrínseco para el ser humano, entendiendo que el libro implica al libro y este al lector, quien lee y hace la lectura.

En virtud de lo anterior, me pregunto, ¿se enseña a gozar o disfrutar de la lectura?, a degustar ese “placer del texto” del que habló en su momento el escritor francés, Roland Barthes.

Fomentar el hábito de la lectura, silenciosa, visual o en voz alta, es un desafío constante, más todavía en un escenario donde la formación académica se contrapone al escenario de las nuevas tecnologías, que sin embargo, ofrecen nuevas formas o soportes para la lectura, dando lugar a nuevos lectores, aquellos que leen con los ojos y otros con los “dedos”.

Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas, uno se plantea: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran, afirma, Andrè Gide, escritor francés. Si leer no afectara nuestras vidas, entonces diríamos que no es más que un pasatiempo, pero si la lectura es una influencia en ella y sus diversos ámbitos, entonces sí importará qué libros escogimos por su importancia y permanencia en el tiempo ynuestra memoria.

La lectura puede darse en cualquier lado pero todo lector sabe que el dónde leemos afecta al cómo leemos, es decir, con qué disposición y concentración realizaremos aquella actividad, aparte de considerar si tenemos o no acceso a los libros que queremos.

El novelista italiano y autor de la galardonada obra “El nombre de la rosa”, Umberto Eco, dice que “pasear por un mundo narrativo tiene la misma función que desempeña el juego para un niño”. Debemos entonces generar el “ambiente para la lectura” y comienza con una selección, es decir, haber escogido previamente uno o varios libros con interés y agrado para obtener de lo leído el placer o disfrute. No es lo mismo leer una serie de mensajes o símbolos – desde publicidad a señales de tránsito – así como leer rápidamente el titular de un diario sensacionalista mientras caminamos o conversamos con alguien, pues el proceso de la lectura demanda tiempo y requiere además de un lugar donde se propicie la concentración, alejados de la distracción o el ruido.

Si queremos leer, debemos generar las condiciones para ello y disfrutar de lo que hemos escogido, porque a la lectura debemos considerarla como una manera placentera de pasar el tiempo. “Cuando leemos literatura, nos volvemos mil personas diferentes sin dejar de ser nosotros mismos”, afirmó en su oportunidad C.S. Lewis, autor de Crónicas de Narnia (1898-1963) y al leer una historia, a veces descubrimos personajes que se nos parecen y que a modo de espejo nos permiten en ocasiones, a través de la lectura, entender el sentido de nuestras experiencias.

Habiendo ya leído, es natural que en el lector se generen dos respuestas, la primera es que pueda sentir la necesidad de experimentar nuevamente ese gusto, ya sea leyendo el mismo libro o yendo en la búsqueda de otros títulos del mismo autor y la segunda, quizás no poder evitar hablarle a alguien más sobre lo que ha leído, para que otros también experimenten una buena lectura y generar de esta manera una posterior conversación literaria.

Sobre los ideales de alfabetización y el libre acceso a los libros, así como la importancia de los clásicos en la literatura, considerando a aquellos como un legado riquísimo y tesoro inestimable heredado culturalmente y al que tenemos derecho, me surge la interrogante, ¿por qué leer los clásicos? y si ¿es necesario que los niños y jóvenes conozcan aquellos libros o basta con presentarles lo nuevo?

La lectura de los clásicos sirve para que los nuevos lectores tengan referencias sobre el pasado y sus influencias sobre la literatura actual, porque si bien las nuevas publicaciones surgen de una idea, ellas siempre tendrán un referente que les permita generar nuevas publicaciones literarias. Aunque hoy las sagas o nuevos boom literarios son los más buscados por los lectores iniciales o jóvenes – Juegos del Hambre de Suzanne Collins, Crepúsculo de Stephenie Meyer, Harry Potter de J.K. Rowling – bajo el alero del reconocimiento mediático y publicitario, no podemos desconocer que ciertos títulos o autores son atemporales, como El Principito, de Antoine de Saint-Exupery, El mago de Oz de Lyman Frank Baum, Papelucho de Marcela Paz, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez , por mencionar algunos.

Los clásicos de alguna manera sirven para entender los nuevos títulos y la forma de acercar a los niños y jóvenes a este tipo de literatura, no tiene por qué necesariamente ser a través de la lectura obligatoria incluida en los planes o programas de estudios.

Italo Calvino, escritor italiano, afirma que los clásicos “ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables y porque nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en las culturas que han atravesado en su lenguaje o sus costumbres”. Debiéramos entonces, reconocer en términos literarios que los clásicos son aquellos libros que logran ser eternos y siempre nuevos, porque aunque releamos viejos títulos, aun así descubriremos en ellos algo inédito o inesperado que no apreciamos en la lectura anterior, razón por la que nunca habrá motivo para dejar de leerlos.

En la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la infancia o juventud porque si bien los libros siguen siendo los mismos, sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro con la lectura será un acontecimiento totalmente nuevo porque un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

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