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Regístrate y accede a la revistaAbunda la información, pero escasea la atención. Las pantallas multiplican estímulos, pero reducen diálogos y amplifican silencios vacíos. Ante esto, la lectura sigue siendo un refugio seguro y con sentido, un acto de resistencia pacífica y de reencuentro humano.
La lectura educa la mente y el corazón. Cuando un padre o una madre leen a sus hijos, les ofrecen tiempo, presencia, lenguaje, afecto, y abren puertas al diálogo, a la comprensión mutua, a la imaginación creativa y al pensamiento crítico. Cuando los abuelos leen con los nietos, la memoria familiar se entrelaza con la imaginación. Como escribió Mason Cooley, “la lectura nos da un lugar al que ir cuando debemos quedarnos donde estamos”. Y ese lugar compartido fortalece el vínculo afectivo, amplía el lenguaje, forma criterio y convierte el tiempo cotidiano en un espacio de encuentro y serenidad.
En un colegio de Chile con fuerte identidad católica y alto compromiso comunitario, nació hace tres años el proyecto llamado “Lectura en familia”. Cada mes, los estudiantes llevan a casa un libro elegido según su edad y una guía de conversación con tres preguntas sencillas: ¿qué parte te gustó más y por qué?, ¿qué enseñanza deja esta historia?, ¿cómo se parece esta historia a algo que vivimos en casa o en el colegio? La actividad culmina con un encuentro familiar de lectura compartida, donde padres, hijos y docentes comentan las experiencias. El resultado ha sido notable: más diálogo familiar, más empatía, mejor expresión oral y mayor interés por la lectura espontánea. Su directora lo resume así: “Los libros se han convertido en una excusa hermosa para mirarnos a los ojos y conversar sin pantallas de por medio”.
El caso anterior muestra que la lectura deja de ser una obligación escolar y se convierte en encuentro de unos con otros siempre y cuando esté bien trabajada desde el colegio. En el ecosistema educativo actual, los docentes tienen una misión clave: inspirar a las familias a recuperar el valor de la lectura como experiencia de unión. Como señala José Antonio Marina, educar es acompañar a descubrir el gozo de comprender.
Por eso, no se trata solo de enseñar a leer, sino de despertar el deseo de leer. Un docente que comparte su propio amor por los libros contagia entusiasmo; uno que invita a los padres a leer junto a sus hijos multiplica vínculos.
Las escuelas pueden promover campañas de lectura familiar, bibliotecas viajeras con dedicatorias entre padres e hijos, cafés literarios y proyectos donde los estudiantes produzcan reseñas o pódcast sobre sus lecturas. El ejemplo citado demuestra que, con creatividad y acompañamiento, leer en familia puede transformarse en un verdadero proyecto educativo y espiritual.
Cervantes recordaba que “quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Esa sabiduría práctica de la lectura se vuelve hoy más urgente que nunca. Muchos colegios chilenos enfrentan desafíos crecientes de convivencia y disciplina: estudiantes distraídos, aulas tensas, vínculos frágiles. En ese contexto, la lectura aparece como una escuela silenciosa de atención, escucha y respeto.
Leer en familia o en el aula ayuda a cultivar la paciencia, el respeto por los turnos de palabra y la empatía. Cada historia leída es una oportunidad para reflexionar sobre las consecuencias de las acciones, entrenar el autocontrol y modelar la conducta emocional. En este proceso, hay cinco virtudes que sostienen el hábito lector y que pueden trabajarse tanto en el colegio como en el hogar:
Estas virtudes, cultivadas desde pequeños, son una auténtica escuela de convivencia y de interioridad. Así, leer es también aprender a convivir, formando esa disciplina interior que no nace del miedo ni del castigo, sino de la comprensión y del sentido del bien.
Chesterton escribió que “los libros son las velas del pensamiento encendidas a través de los siglos”. Y es precisamente eso lo que logran en nuestros hogares: mantener viva la luz del diálogo, del discernimiento y del asombro. Los libros unen generaciones, enseñan a pensar y a sentir, y nos recuerdan que la palabra sigue siendo el medio más poderoso para humanizar la inteligencia.
En una era dominada por la IA, leer es un acto de libertad: nos rescata del ruido, nos devuelve el silencio interior y nos enseña a mirar con profundidad. Un libro leído en familia puede transformar un hogar, porque los héroes verdaderos no están solo en las pantallas, sino también en quien escucha, acompaña y ama.
Como recuerda el Papa Francisco, no hay escuela más fecunda que un hogar donde se lee, porque allí germinan el amor, la memoria y la esperanza. El fin del año escolar es un buen momento para detenernos y preguntarnos: ¿qué tipo de hogar queremos construir? ¿Qué historias queremos dejar escritas en el corazón de nuestros hijos? ¿Qué estudiantes y profesionales queremos para Chile?
En tiempos de IA y de pantallas, necesitamos más inteligencia emocional y espiritual. Leer juntos es una manera sencilla y profunda de cultivar esa inteligencia que nace del amor. Porque leer es mucho más que descifrar palabras: es aprender a vivir y encontrarnos.
BIBLIOGRAFÍA
1. La educación del talento, José Antonio Marina.
2. La educación de las virtudes humanas y su evaluación, David Isaac.
3. Inteligencia emocional, Daniel Goleman.
4. El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl.
5. Christus vivit. Exhortación apostólica, Papa Francisco.
6. Como una novela, Daniel Pennac.
7. Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Nicholas Carr.
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