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Abr 2024 - Edición 281

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El premio del esfuerzo es el conocimiento

El aprendizaje es una experiencia continua, explica en esta entrevista la filósofa de la educación de la Universidad Autónoma de México, Mariana García. Por eso, ponerle energía al colegio en noviembre no es descabellado, sino necesario.

Por: Luz Edwards S.
El premio del esfuerzo es el conocimiento

En Chile suele decirse que, junto con celebrar Fiestas Patrias, en septiembre se cierra el año. Eso, sumado al cansancio acumulado, hace parecer, a estas alturas, inútil más esfuerzo. Desde la Universidad Autónoma de México, la experta en filosofía de la educación Mariana García explica por qué esa idea es errada.

-¿Qué reflexión puede ayudarnos a no bajar la guardia al final del semestre académico?

-En primer lugar, pienso que vivimos en una lógica del esfuerzo como medio para conseguir algo; como una herramienta que –de usarla– me lleva a alcanzar un bien que vendrá en el futuro. Por esa razón, nos cuesta esforzarnos o valorar el esfuerzo. Un paso sería preguntarnos cómo podríamos ver el esfuerzo como un acto autónomo, que sea algo propio de cada uno y que no busque lograr o alcanzar un fin determinado. En México, vemos que los padres premian al alumno por sus calificaciones. Es decir, el esfuerzo es premiado por un fin supuestamente mayor. Pero no se valora el esfuerzo en sí mismo, la experiencia de esforzarse. 

-Entonces, ¿hay que ver la experiencia de esforzarse como algo mayor a cualquier nota o premio?

-Así es. Sospecho que tenemos que repensar cómo estamos concibiendo el esfuerzo los padres, profesores y los mismos alumnos dentro del contexto de la aprehensión del saber. Porque parece ser que aprender algo nuevo cuesta y necesito de un premio, de un aliciente, para poder animarme. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no genera el hecho de aprender, en sí mismo, emoción?

A fin de año el sistema educativo pone foco en evaluaciones, estadísticas de reprobados, y es una realidad. Pero los adultos no podemos pensar la experiencia del conocer desde esa perspectiva administrativa. No se aprende por la nota, sino por la emoción que produce aprender, dar con nuevas ideas y asociaciones. Ahí radica la satisfacción más profunda, y nos estamos perdiendo de eso por poner énfasis en lo cuantificable solamente. 

-¿Cómo lograr que la época del año no impida que sigamos animando a los alumnos y que ellos sigan esforzándose y gozando de aprender?

-Tenemos que convencernos de que el aprendizaje es un continuo, una experiencia que no se rige por al calendario. No se acaba en diciembre. Entonces, el esfuerzo tampoco. El filósofo alemán Walter Benjamin habla de la “progresión cronológica” y, es curioso, porque las sociedades modernas nos orientamos a través del calendario progresivo, el tiempo que va en ascenso y se repite, los ciclos escolares, cada año termina el día final y partimos de cero. Entonces el aprender, visto como un proceso sin fin, como una experiencia, supera al calendario. Al experienciar el conocimiento, cuando te llega una idea que te sorprende y te emocionas por eso, te sales del tiempo. 

Narrar: contar nuestra historia de esfuerzos diarios

-¿Qué rol corresponde a los papás de adolescentes como apoyo en su proceso de esfuerzo y conocimiento?

-La herramienta de la cual nos podemos asir es la narración. Hemos perdido esa capacidad de poder narrar cómo nos fue durante el día. Estoy pensando en el trabajador promedio de Ciudad de México, quien es obrero, trabaja de sol a sombra, vive en las periferias y llega a su casa a las 12 de la noche a cenar, bañarse y dormir, para volver a trasladarse al trabajo. Esa dinámica nos hace difícil narrar, tener tiempo si quiera para contar cómo nos ha ido durante el día. Pero narrar nuestra experiencia sería la parte fundamental, el primer paso que deberíamos tener los padres de familia y promover en los hijos; unos cinco minutos en alguna oportunidad del día.

Porque lo que vivimos todos los días también es una manera de hacer patente, justamente, el esfuerzo que hacemos cada uno desde el ámbito en que nos desenvolvemos. El niño que tiene que encargarse de sus hermanos, los padres que deben transitar horas en bus. Narrar la experiencia propia nos lleva a valorarla, la propia y la de los demás miembros de la familia, y eso no es poca cosa.

Queremos que vuelen alto, pero nos cuesta dejarlos aprender a volar

La experta en filosofía de la educación Mariana García también observa que los apoderados –muchas veces de forma inconsciente– no animan a sus hijos a explorar, trabajar, esforzarse, cansarse, porque sienten miedo de perder el control sobre ellos. Sufren al verlos cansados, les produce compasión saber que llevan meses practicando matemáticas sin lograr comprender, o que deben realizar una exposición frente al curso, cuando eso les da vergüenza. 

A los padres les diría: “No los privemos de la satisfacción de lograr cosas, de tener ideas, de sacar conclusiones, de adueñarse del conocimiento, de la emoción de aprender. Permitamos que se esfuercen y disfruten de ese proceso”, dice la educadora. 

¿Quién es?

Mariana García Pérez es licenciada y maestra en Pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Es académica en la Licenciatura de Educación Musical de la Facultad de Música perteneciente a la misma entidad. Sus líneas de investigación de interés son la filosofía de la educación y la teoría e investigación pedagógicas.

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