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Regístrate y accede a la revistaLa profesora de la Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Susana Claro, lideró el primer estudio nacional que mide la mentalidad de crecimiento en docentes. En esta conversación, la académica aborda los hallazgos de la investigación, las exigencias para estudiar Pedagogía y los desafíos que impone la inteligencia artificial en la formación docente.
A partir del análisis de datos de 430 mil estudiantes de octavo básico a segundo medio, los resultados revelan que los alumnos que tienen profesores con una mirada flexible sobre la inteligencia aprenden más, especialmente en contextos vulnerables. Explica Susana Claro, académica de la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica de Chile, que la mentalidad de crecimiento se refiere a las creencias que tenemos sobre la inteligencia.
Se trata de un concepto desarrollado por la investigadora Carol Dweck, quien mostró que la forma en que entendemos nuestras capacidades determina cómo enfrentamos los desafíos de aprendizaje.
Cuando creemos que la inteligencia es fija –que “nacimos así y no podemos cambiar”–, tendemos a rendirnos ante las dificultades. En cambio, si creemos que puede desarrollarse, como un músculo que se fortalece con la práctica, reaccionamos de manera distinta: buscamos estrategias, pedimos ayuda y persistimos. Esa es la gran diferencia entre una mentalidad fija y una mentalidad de crecimiento, y lo que explica por qué quienes adoptan esta última tienden a aprender más.
-Chile acaba de medir por primera vez esta mentalidad en sus docentes. ¿Qué hallaron?
-Sí, es el primer estudio a nivel nacional que analiza la mentalidad de crecimiento en profesores. Siempre se había estudiado en muestras pequeñas –una escuela o una comuna–, pero nunca en todo un país. Analizamos los datos del SIMCE, tanto las pruebas como las encuestas a estudiantes, apoderados y docentes, y encontramos un patrón claro: los alumnos aprenden más cuando tienen profesores con mentalidad de crecimiento.
El análisis consideró cerca de 300 mil estudiantes y 25 mil docentes, y mostró que esta mentalidad marca una diferencia significativa, sobre todo en sectores más vulnerables. Aunque no podemos afirmar con precisión qué hacen distinto estos profesores, sí observamos que tienden a dar más retroalimentación, responder preguntas, revisar tareas y atender los errores de sus alumnos. Son docentes que creen que las capacidades pueden mejorar, y esa convicción los lleva a acompañar con mayor atención los procesos de aprendizaje.
-¿Cómo se traduce esto en la formación de futuros docentes?
-Ese es el gran desafío. Si queremos tener estudiantes que aprendan más, necesitamos profesores con mentalidad de crecimiento. Y eso comienza en las escuelas de pedagogía.
Hoy está en debate la propuesta de subir el puntaje mínimo para ingresar a la carrera –de 502 a 626 puntos–, una medida que, a mi juicio, va en la dirección correcta. Los países con mejor educación, como Finlandia, son muy selectivos: solo el 17% de los postulantes logra entrar a estudiar para convertirse en docente.
La idea no es excluir, sino asegurar que quienes ingresan tengan un nivel de comprensión lectora y matemática superior al promedio nacional. Porque, si no dominan esas áreas, toda la formación pedagógica debe bajar su nivel para acompañarlos, y eso termina afectando la calidad de la enseñanza. Lamentablemente, la ley que fijó este aumento en 2016 se ha ido postergando una y otra vez.
-Algunos advierten que esto podría agudizar el déficit de profesores.
-Es una preocupación válida, pero los datos más recientes muestran que el déficit no es tan alto como se creía. La tasa de natalidad en Chile ha caído drásticamente, y el estudio más reciente del Ministerio de Educación y Elige Educar indica que hay muy pocas escuelas donde no se haga una hora de clases por falta del profesor idóneo. El verdadero riesgo no es la escasez de docentes, sino formar profesores sin las habilidades necesarias para enseñar con calidad. Si bajamos las exigencias de ingreso, vamos a tener más estudiantes en Pedagogía, pero con menor preparación inicial. Y eso se traduce, a la larga, en aprendizajes más débiles.
-¿Qué debiera priorizar la formación inicial docente?
-Necesitamos que las facultades de educación desarrollen estrategias para formar profesionales que confíen en su capacidad de mejorar. Un docente con mentalidad de crecimiento no solo transmite conocimientos, sino también una actitud frente al error, la perseverancia y la posibilidad de cambio. Eso impacta directamente en sus estudiantes, especialmente en los más vulnerables. La mentalidad de crecimiento, además, ofrece algo que en educación es esencial: esperanza. Reconoce que aún no tenemos el nivel que quisiéramos, pero que es posible alcanzarlo con esfuerzo y apoyo.
La IA es una herramienta que llegó para quedarse, y los profesores debemos aprender a convivir con ella. Hay que verla como un ayudante, no como una amenaza. Puede apoyar la planificación de clases, la corrección de trabajos o la elaboración de materiales, liberando tiempo para tareas más significativas, como la retroalimentación y el acompañamiento personal.
También requiere una mentalidad de crecimiento: aprender a usarla implica ensayo y error. Las herramientas cambian muy rápido; lo que uno domina hoy, mañana funciona distinto. Por eso es clave que los docentes tengan paciencia, curiosidad y apertura al aprendizaje continuo.
Distinto es el uso indiscriminado de los celulares por parte de los estudiantes. Así como en su momento se normalizó fumar en cualquier lugar, hoy hemos naturalizado que los niños estén permanentemente conectados. Eso afecta su atención, su sueño y su bienestar. No debemos confundir el aprovechamiento pedagógico de la IA con la exposición sin límites a las pantallas.
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