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Regístrate y accede a la revistaPara el autor de más de 100 obras y actual director de Teatro de la Universidad Finis Terrae, el rol del profesor ha cambiado y debe potenciar a sus alumnos sin protagonismo. “No es ‘síganme’, es ‘avancen con confianza, descubran’”, asegura. También explica que la educación debería poner más foco en lo estético, el ocio y la lectura.
Pocos tienen las humanidades y la ciencia tan arraigadas en la sangre como Marco Antonio de la Parra, quien parece haber heredado todos los talentos de su padre médico y su madre artista. Alumno del Instituto Nacional, reconoce que no lo pasó bien, y que fue en los talleres de Letras y Teatro, y en la biblioteca donde realmente se formó. Luego, mientras estudiaba Medicina en la Universidad de Chile, participó en una banda de música, escribió obras de teatro y tomó talleres en la Escuela de Arte de la Comunicación de la Universidad Católica.
De la Parra es autor de más de 100 obras, entre ensayos, novelas, cuentos y libros juveniles, que han dejado una profunda huella en la escena teatral chilena. Obras como La secreta obscenidad de cada día, Lo crudo, lo cocido, lo podrido y Lindo país esquina con vista al mar son solo algunas de las que ha creado a lo largo de su carrera.
-¿Cómo fue tu experiencia en el colegio?
-Tuve suerte de haber estudiado en el Instituto Nacional, pero no lo pasé muy bien en la vida diaria, porque me adelantaron de curso (aprendí a leer solo y a los 5 años ya estaba en primero básico), sin tener la inteligencia emocional desarrollada. Era más nerd, más torpe, no pegaba puñetes, era malo para la pelota. Sin embargo, existía una gran cantidad de actividades paralelas como teatro y letras, y una biblioteca increíble, que es donde yo realmente me realizaba.
-¿Qué profesores marcaron tu carrera?
-Estudiando medicina tuve como profesor al psiquiatra Armando Roa (padre del poeta y traductor), que veía la psiquiatría de forma totalmente humanista. Yo debo haber sido un pájaro raro que llamó su atención, porque yo hablaba de literatura a la par con él, y aprendía literatura de él.
Por otra parte, en la Escuela de Teatro de la Católica tomé el taller con el reconocido escritor Pepe Donoso, quien me concedió su amistad. Me hacen leer mucho más, me hacen estudiar mucho más, pero yo acepto dichoso este desafío. Me armé una carrera inexistente. Una carrera en la cual estaban al mismo tiempo la ciencia y las humanidades.
"Desde joven me quedó grabada una idea poderosa: hay que conocer al ser humano. Esa frase se volvió una consigna en mi vida, como alumno y como maestro. Esa comprensión la fui cultivando a través de la lectura”.
Su mirada de la educación
-¿Cuál es la relevancia de la lectura en los estudiantes?
-Desde joven me quedó grabada una idea poderosa: hay que conocer al ser humano. Esa frase se volvió una consigna en mi vida, como alumno y como maestro. Somos seres complejos, psicosomáticos. No hay enfermedad que sea puramente del cuerpo: la mente está siempre presente. Y esa comprensión la fui cultivando a través de la lectura. Leer se volvió esencial para enriquecer la mirada, para comprender.
Mi casa es un caos de libros. Están por todos lados. Es imposible que los haya leído todos, pero muchos los releo constantemente. Es una necesidad, una manía. Y también un camino.
En mi casa se leía, pero no al ritmo que yo adopté. Mis mentores –como Pepe Donoso o Armando Roa– leían de una forma casi enfermiza. Descubrí que había que leer muchas horas al día si uno quería dedicarse de verdad a estos oficios.
-¿Cuál es tu visión del rol de los profesores?
-Pienso que es despertar la curiosidad, invitar a cruzar fronteras más allá de lo técnico o lo humanístico. En La Pequeña Historia de Chile, una de mis obras favoritas, hay una escena donde un profesor le pregunta a otro: “¿Por qué nos tratan tan mal?”. Y la respuesta es: “Porque es la más bella profesión del mundo”. Yo lo creo. Enseñar es algo precioso. Ver cómo alguien se transforma, se enriquece, se potencia, es una de las cosas más mágicas que existen.
Pero también han venido tiempos crueles. Recuerdo un artículo que anticipaba que llegaría el día en que a los profesores los criticarían por saber demasiado. Y así ha sido. Porque el docente encarna algo más grande: el deseo de crecer, de entender el mundo, de jugar con más libertad.
Hoy se requiere cambiar al maestro. Un maestro casi invisible. Que potencie a sus alumnos, que los guíe, pero sin protagonismo. No es “síganme”, es “avancen con confianza, descubran”. Leamos una página y entendamos esa página. Entendamos la puntuación, la ortografía.
-¿Qué cambios has visto en los jóvenes de hoy y en su manera de aprender?
-Los jóvenes actuales son distintos. Manejan tecnologías con una habilidad admirable, pero muchas veces no saben buscar. Antes, el mentor traía el conocimiento. Hoy, ayuda a navegar el caos de internet. Porque ahí está lo peor y lo mejor. Algunos se dejan llevar por la pantalla; otros descubren una mina de oro.
La tecnología abruma. A veces extingue la curiosidad. Como con la escritura: fue una prótesis que trajo olvido. Hoy, el celular es nuestra gran prótesis. Ya no recordamos, buscamos. Y eso cambia nuestra forma de aprender y de vincularnos.
-¿Cuál es el rol del ocio, del tiempo libre sin hacer nada?
-Es vital. El ocio como espacio de creación. Recuerdo conversaciones sobre esto con Armando Roa padre. Hablábamos del ocio enriquecedor y de la fiesta como momento de transformación. No la fiesta superficial, sino la que te conecta con otra parte de ti.
Como psicoanalista, sé que no dejamos de pensar. Ni siquiera en el sueño. Por eso el ocio tiene que estar. Es lo que amplía tu mente, lo que crea espacio interno para nuevas ideas.
Un espacio para crecer, para divertirse, para enriquecerse profundamente.
"El rol del profesor es despertar la curiosidad, invitar a cruzar fronteras más allá de lo técnico o lo humanístico”.
-¿Qué es para ti la educación integral?
-Mira, lo básico ya está: formar con los ramos que uno espera para desempeñarse en la vida diaria. Pero yo creo que es fundamental enseñar a mirar la experiencia estética. Por ejemplo: ver Netflix, pero con clases. Enseñar que la puntuación es música. La coma es una pausa, el punto es una negra o una blanca, una nota. Así, uno puede leer casi como cantar. O como bailar. Las clases de educación física, por ejemplo, deberían ser de baile o de yoga. Los atletas pueden desarrollar lo suyo, pero los demás también deberían vivir una experiencia corporal compleja y exquisita.
-Y para cerrar, ¿un mensaje de motivación para los profesores escolares de hoy?
-Tienen una responsabilidad brutal: el futuro. Está en sus manos. En su mensaje. En la riqueza que puedan adquirir. Que no aflojen. Los jóvenes están muy confundidos, y el profesor muchas veces también. Hay que limpiar eso. Los docentes son los primeros mejores alumnos que debe haber.
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