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Ago 2025 - Edición 295

IA en la educación

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Docentes valoran la IA, pero temores y brechas limitan su uso

Aunque la mayoría del profesorado reconoce el potencial pedagógico de la inteligencia artificial (IA) y confía en su capacidad para utilizarla, solo uno de cada tres planea incorporarla sistemáticamente en sus clases. Así lo revela “Adopción de la IA en profesores en ejercicio”, un reciente estudio realizado por Gilda Bilbao, académica de la Universidad del Desarrollo (UDD), gracias a la colaboración de Grupo Educar y Hernán Carvallo, que ofrece una radiografía precisa sobre la relación que hoy tienen los docentes con esta tecnología.

Por: Marcela Paz Muñoz I.
Docentes valoran la IA, pero temores y brechas limitan su uso

El estudio, aplicado a 351 docentes de ocho regiones del país, deja en evidencia un fenómeno incipiente de adopción tecnológica atravesado por resistencias, ansiedad ética y brechas tanto de género como generacionales. La muestra estuvo conformada en un 64% por mujeres y en un 36% por hombres, con una edad promedio de 44 años y una trayectoria profesional de 16 años en promedio. Las regiones con mayor participación fueron la Región Metropolitana (39%), Valparaíso (17%) y Biobío (12%).

Uno de los datos clave que arroja el estudio es que, “si bien el 64% del profesorado reconoce la utilidad de la IA y asegura tener confianza moderada o alta en sus habilidades para aprender a utilizarla, solo un 32% planea integrarla de manera estable en sus prácticas pedagógicas. La mayoría valora el potencial, pero aún mantiene distancia a la hora de incorporarla en el día a día de la sala de clases”, cuenta Gilda Bilbao, coautora de la investigación y directora de Aseguramiento de la Calidad de la Facultad de Educación de la UDD.

Para Hernán Carvallo, autor principal de la investigación, docente y estudiante del Magíster en Diseño y Tecnología del Aprendizaje de la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, el diagnóstico es claro: “Si tuviera que elegir el hallazgo más preocupante, sin duda es el bajísimo nivel de aceptación de la inteligencia artificial entre los docentes chilenos; aunque en realidad, más que un hallazgo es una confirmación de algo que se sabía”. A juicio del experto, el test aplicado muestra resultados bajos en dimensiones clave como utilidad percibida, facilidad de uso, intención de uso y autoeficacia. “Estamos con pocas ganas de utilizarla: no la encuentran útil, no se sienten capaces de usarla, y tampoco tienen intenciones de acercarse. Y esto no tendría importancia, si es que los niños no la usaran, pero lo hacen... y los procesos de aprendizaje no se están cerrando bien”, advierte.

Además, Carvallo enfatiza que “la ansiedad frente a la IA es el puntaje más alto del estudio, lo que muestra que no es solo un tema de desconocimiento, sino también de susto”. Incluso, revela un dato que rompe estereotipos: esa ansiedad fue mayor en hombres. “En resumen, tenemos un cóctel complejo entre desconfianza, baja autoestima digital y miedo al futuro. Y eso, en un contexto donde en algunas partes del mundo ya van en tren bala intentando ir al día en esto”, subraya.

Uno de los descubrimientos más relevantes, coinciden ambos, es precisamente ese alto nivel de ansiedad tecnológica, un fenómeno que afecta principalmente a quienes sienten temor ante los cambios que trae consigo la incorporación de nuevas tecnologías. Aproximadamente un 20% de los docentes declara tener ansiedad alta frente al uso de IA, especialmente vinculada a preocupaciones éticas, pérdida de control sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje y miedo a que las tecnologías atenten contra la identidad profesional docente. Este indicador fue clasificado como de alto riesgo, lo que requiere acciones urgentes por parte de las instituciones educativas para acompañar a los docentes en el proceso de integración de estas herramientas.

Según explica Gilda Bilbao, “llama la atención la brecha entre la percepción de utilidad de la IA y la intención de uso efectiva. Aunque los docentes reconocen que puede ser útil y muchos se sienten capaces de usarla, no se traduce en una voluntad clara de integrarla en sus prácticas”. La académica subraya que este “cuello de botella” se debe en gran parte a la ansiedad ética y tecnológica que afecta especialmente a docentes de más antigüedad y de áreas humanistas. Frente a este escenario, enfatiza que “urge trabajar en espacios seguros de experimentación, acompañamiento entre pares y formación situada, que ayuden a transformar la confianza declarada en acción concreta en el aula”.

"Si bien el 64% del profesorado reconoce la utilidad de la IA y asegura tener confianza moderada o alta en sus habilidades para aprender a utilizarla, solo un 32% planea integrarla de manera estable en sus prácticas pedagógicas. La mayoría valora el potencial, pero aún mantiene distancia a la hora de incorporarla en el día a día de la sala de clases”, dice Gilda Bilbao, coautora de la investigación y directora de Aseguramiento de la Calidad de la Facultad de Educación de la UDD.

La investigación también detectó brechas de género en la disposición al uso de IA. Los hombres presentaron 0,19 puntos más en intención de uso que las mujeres. Esta diferencia, si bien es leve, es consistente, y podría estar relacionada con una mayor autoconfianza tecnológica en los hombres, mayor exposición previa a herramientas digitales o percepciones diferenciadas de riesgo ético, especialmente entre mujeres de áreas humanistas. A esto se suma una brecha disciplinar: los docentes que trabajan en áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) mostraron más disposición a integrar IA en sus clases, probablemente por una mayor familiaridad con herramientas tecnológicas o porque perciben que sus contenidos curriculares se alinean mejor con las capacidades que ofrece la inteligencia artificial. Además, los profesores con más de 20 años de experiencia reportaron una menor intención de uso. Esta tendencia podría explicarse por la dificultad de transformar prácticas pedagógicas que han sido construidas a lo largo de muchos años o por el temor a que la tecnología desdibuje su rol o experiencia profesional.

Sobre este punto, Bilbao advierte que los docentes que mantengan una actitud de resistencia —por ansiedad, falta de ejemplos disciplinarios o percepción de amenaza a su identidad profesional— “corren el riesgo de aislarse del proceso de innovación educativa y ver limitada su participación en comunidades pedagógicas más actualizadas”. Sin embargo, sostiene que no deben ser presionados ni excluidos, sino acompañados de forma intensiva, con énfasis en la legitimación de sus saberes previos y en la presentación de la IA como un “co-docente”, no como un reemplazo. En el caso de las profesoras, Bilbao recalca que es fundamental “fomentar redes de mentoría femenina, visibilizar referentes mujeres en el uso de IA y promover entornos de aprendizaje colaborativos que disminuyan el sesgo implícito y refuercen la agencia profesional de las docentes”.

Desafíos futuros 

Para Carvallo, el futuro de la incorporación de esta tecnología depende de varios factores. “La verdad, cómo avance en el quehacer docente va a depender mucho del profesor, del colegio donde trabaje y —por supuesto— de las políticas públicas que se implementen. Porque, seamos honestos, meterse en el mundo de la inteligencia artificial no es precisamente tan fácil: muchos se sienten incómodos y no saben ‘nadar’ en ese ámbito”, sostiene. Con su experiencia capacitando a más de dos mil docentes, advierte que “el punto de quiebre fue que alguien los acompañara en el proceso de aprendizaje, paso a paso, les explicara con calma y les diera herramientas útiles desde el principio. Sin eso, es difícil que se suban al carro”.

"La ansiedad frente a la IA es el puntaje más alto del estudio, lo que muestra que no es solo un tema de desconocimiento, sino también de susto”. Incluso, revela un dato que rompe estereotipos: esa ansiedad fue mayor en hombres. “En resumen, tenemos un cóctel complejo entre desconfianza, baja autoestima digital y miedo al futuro”, dice Hernán Carvallo, autor del estudio, docente y estudiante del Magíster en Diseño y Tecnología del Aprendizaje de la Universidad de Georgetown.

Utilizando el modelo de difusión de innovaciones de Everett Rogers, el estudio clasificó a los docentes en cuatro perfiles distintos según su relación con el uso de la IA: un 22% corresponde a innovadores, docentes que ya están integrando IA en sus clases, tienen alta percepción de utilidad, dominio técnico y presentan mínima ansiedad. Otro 29% se ubica en el grupo de los pragmáticos, quienes ven valor en la IA pero necesitan recursos concretos, formación específica y tiempo protegido para llevar la teoría a la práctica. El 27% corresponde a los escépticos, que reconocen el potencial de la IA, pero la falta de evidencia disciplinar o el temor ético frenan su intención de uso, por lo que requieren experiencias piloto para convencerse. Finalmente, un 22% se identifica como reacios, docentes que perciben poco beneficio en la IA, se sienten poco capaces y presentan altos niveles de ansiedad; para ellos se requieren acompañamientos intensivos y mayores garantías éticas.

A pesar de las resistencias, los datos muestran una base sólida de aceptación hacia la IA. La disposición a aprender es alta (promedio: 3,84 en una escala de 1 a 5) y hay una oportunidad clara para que los establecimientos educativos avancen en el desarrollo de programas de mentoría, capacitaciones segmentadas y estrategias que permitan reducir las brechas detectadas. No obstante, el riesgo es claro: sin intervención, la adopción puede estancarse. La ansiedad tecnológica y el temor ético podrían profundizar las resistencias, especialmente en aquellos docentes que ya se sienten lejanos al mundo digital.

La académica es enfática en señalar que abordar los desafíos éticos es tan urgente como capacitar en el uso técnico. “La ansiedad que expresan muchos docentes no se vincula únicamente con la dificultad técnica, sino con preocupaciones éticas como la privacidad, el sesgo algorítmico y la posible deshumanización de la docencia”, advierte Bilbao. “Si estos dilemas no se abordan de forma explícita, pueden socavar la confianza en las políticas institucionales y reforzar la resistencia”.

En la misma línea, Carvallo es categórico: “Sí, hay que abordar los desafíos éticos al mismo tiempo que se capacita a los docentes. O sea, si me enseñan a usar un martillo, también me tienen que decir que me puedo machucar los dedos, y que hay que evitarlo”. De acuerdo con el estudiante de Georgetown, enseñar a usar IA sin hablar de sus riesgos es como “dejar que alguien maneje sin explicar que hay semáforos”. Carvallo subraya además que uno de los mayores riesgos es que los docentes no sean conscientes del uso que sus propios estudiantes están haciendo de estas herramientas. “Si los trabajos los hizo ChatGPT, pero el profe cree que lo hizo el estudiante, el aprendizaje real nunca ocurrió. Y ahí sí estamos hablando de un daño serio —tal vez irreversible— en la educación de esos alumnos”.

Respecto del rol de las universidades, Bilbao sostiene que “las facultades tienen el deber de ir más allá de una enseñanza instrumental de la IA. Lo que se requiere es una integración curricular estructural, que combine tres dimensiones: conocimiento técnico-operativo, diseño didáctico situado y reflexión ética y política”. Carvallo, por su parte, apuesta por estrategias más prácticas: “Soy partidario de cursos cortos, bien al grano… que aprendan a usar la IA con las manos en el teclado y los ojos en la pantalla. Nada de teoría: lo práctico primero”. Para él, los cursos largos se vuelven obsoletos antes de terminar. “Lo más sensato es enseñar lo que sirve ahora, y después volver a capacitarse en seis meses o un año. Así, paso a paso, sin pretender que en una clase se aprenda todo. Porque la IA avanza tan rápido que da vértigo”.

Los datos confirman que el profesorado valora la IA y confía en su capacidad para utilizarla, pero la intención de uso sigue siendo limitada. La ansiedad ética, la falta de integración disciplinar y las brechas generacionales y de género son los principales nudos críticos que se deben abordar. El desafío es claro: transformar la intención en práctica concreta, acompañar a los docentes en este proceso y lograr que la inteligencia artificial se transforme en un verdadero apoyo para mejorar los aprendizajes de los estudiantes.

“La IA ya se ha comenzado a incorporar en el quehacer docente” 

Gino Canales, director de la Escuela Industrial Talleres San Vicente de Paul (comuna de Santiago), que forma parte de la RED Irarrázaval, comparte su experiencia de incorporar IA. Su establecimiento ha participado activamente en el Programa de Formación de IA liderado por Hernán Carvallo.

Gino Canales, director de la Escuela Industrial Talleres San Vicente de Paul, comuna de Santiago.

-¿Cuáles son los desafíos más importantes en esa línea?

-Uno de los principales es que los docentes sean capaces de diseñar actividades pedagógicas que realmente promuevan el desarrollo de habilidades de alto nivel en los estudiantes. No basta con que los alumnos utilicen la IA como una herramienta para obtener respuestas rápidas, sino que es necesario fortalecer el pensamiento crítico, la creatividad, la capacidad de análisis y la reflexión. De lo contrario, existe el riesgo de que los estudiantes asuman un rol pasivo, limitándose solo a copiar respuestas.

Otro desafío importante es lograr que los estudiantes comprendan el sentido formativo del uso de la IA. No se trata solo de obtener respuestas, sino de usarla como una herramienta para pulir ideas, enriquecer creaciones y mejorar progresivamente sus habilidades. Este cambio de mirada requiere acompañamiento docente y trabajo permanente en habilidades de metacognición y pensamiento crítico.

-¿Cómo se prevé que avance la incorporación de la IA en el quehacer docente?

-La IA ya se ha comenzado a incorporar en el quehacer docente, especialmente en la preparación de clases, generación de material pedagógico y apoyo en tareas administrativas. Creo que su uso continuará avanzando, y veremos una integración cada vez más profunda dentro del aula, permitiendo potenciar el desarrollo de habilidades de alto nivel en los estudiantes.

-¿Qué pasa con los profesores que se siguen resistiendo al cambio? 

-Las resistencias generalmente están relacionadas con el desconocimiento o la falta de tiempo para aprender. Por eso es importante ofrecer capacitaciones, acompañamiento, orientaciones claras y metas alcanzables, para que los profesores puedan incorporar estos cambios gradualmente en su práctica. 

-¿Es urgente abordar los desafíos éticos de la IA?

-Por supuesto que sí. Es clave hacerlo desde el inicio, tanto en la formación de los docentes como en la de todos quienes utilicen estas herramientas. La inteligencia artificial es una herramienta potente, pero sin un uso responsable y ético puede transformarse en un riesgo. La ética es esencial para garantizar que estas tecnologías se usen de forma segura, respetuosa y con un propósito formativo.

-¿Cómo han incorporado ustedes en el colegio la IA en los aprendizajes?

-Ha sido un proceso paulatino. Fuera del aula, se utiliza principalmente en la preparación de materiales, como guías y actividades. Dentro del aula, los estudiantes han podido usar la IA como apoyo para resolver algunas tareas. Esto ha evidenciado el desafío de diseñar actividades que promuevan un uso que vaya más allá de obtener respuestas, buscando siempre un aprendizaje profundo y significativo.

-¿Qué consejo les darías a otros docentes?

-Que no tengan miedo ni reservas frente a las nuevas tecnologías. La IA llegó para quedarse y nuestra responsabilidad es preparar a los estudiantes para que puedan utilizarla de forma efectiva y responsable. Lo importante es tener una actitud abierta y proactiva, explorando y aprendiendo constantemente para integrarla de manera significativa en la práctica educativa.

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